Para el ataque se utilizó la bomba antibúnkeres GBU-28, diseñada específicamente para destruir estructuras subterráneas fortificadas.
El impacto creó un cráter gigante, lo que confirma el poder de los ataques aéreos israelíes. Según fuentes militares, la bomba GBU-28 fue seleccionada para esta operación debido a su capacidad para penetrar estructuras de hormigón armado y destruir objetivos ubicados a grandes profundidades.
El ataque fue parte de una campaña a gran escala de las FDI para eliminar a los máximos dirigentes de Hezbollah y destruir las instalaciones clave del grupo en el Líbano. Se informa que el lugar donde se encontraba el búnker de Nasrallah estaba cuidadosamente vigilado y se consideraba prácticamente invulnerable.
Sin embargo, la bomba rompe-búnkeres atravesó fácilmente las capas protectoras de suelo y hormigón y alcanzó su objetivo a una profundidad de casi treinta metros. El tamaño del cráter formado en el lugar del impacto impresiona incluso a los expertos más experimentados: su profundidad y diámetro indican un poder destructivo increíble.