Cuando pensamos en el ambiente de un castillo en la Edad Media visualizamos una enorme mesa de madera repleta de grandes aves y jarras de vino. Y, aunque la imagen tiene mucho de reconstrucción mítica, no debe estar muy alejada de la realidad. El análisis de los restos óseos del que fuera último monarca de la Casa de York, ha revelado que, en efecto, los reyes medievales se hartaban a comer y beber, más incluso que el resto de miembros de la corte.
En 2012 un grupo de investigadores ingleses encontró, bajo un aparcamiento de la ciudad de Leicester, los huesos del monarca. Desde entonces, no han parado de publicarse estudios con los resultados que arrojan el análisis de estos. Hoy sabemos que Ricardo III sufría escoliosis, que murió ensartado por una alabarda, y que su rostro, según la catedrática de la Universidad de Dundee Caroline Wilsinson, era “afectuoso, joven y serio”. Pero también, desde esta semana, gracias a un nuevo estudio del British Geological Survey y la Universidad de Leicester, conocemos cómo era su dieta.
Después de ascender al trono, en 1483, Ricardo III se dedicó a la buena vida, bebiendo el equivalente a una botella de vino al día y atiborrándose de carnes de lujo como cisnes y garzas, y pescados frescos como el lucio. Una copiosa dieta real que ni siquiera se saltaban los papas. No en vano Julio II, cuyo papado se proclamó poco después de la muerte del rey inglés, acabó sus días aquejado de gota, una enfermedad que sufrieron numerosos reyes de la Baja Edad Media y la Edad Moderna que, al igual que el monarca inglés, no tenían mesura a la hora de consumir alcohol, carnes y pescados.
El secreto de la dieta real se esconde en una costilla
Los investigadores, que han publicado sus conclusiones en la revista Journal of Archaeological Science, han logrado desentrañar la dieta de Ricardo III gracias a un análisis exhaustivo de sus dientes, su fémur y sus costillas. “Estaba todo muy bien conservado”, ha explicado una de las firmantes del estudio, Jane Evans, en Live Science. “Los dientes estaban en buenas condiciones y los huesos siguen teniendo su estructura de proteínas. Arqueológicamente hablando, es un buen esqueleto”.
Los científicos han medido las concentraciones de ciertos isótopos en los restos del monarca, lo que ha permitido conocer varios de sus hábitos vitales. Los investigadores han hilado fino, pues no sólo han revelado la dieta que seguía el monarca, sino también la evolución de ésta a lo largo de su vida.
Esto es posible debido a que los dientes dejan de crecer en la infancia, por lo que sólo contienen información sobre los primeros años de vida de la persona. Los huesos, por el contrario, se regeneran constantemente, pero a distinto ritmo. El fémur, que es el hueso más grande, tarda más en renovarse, por lo que sus concentraciones de isótopo representan una media de los últimos 10 o 15 años de la vida de una persona. Las costillas, por el contrario, se renuevan rápidamente, y sólo guardan información de los últimos dos o cinco años de existencia. Esto es muy útil en el caso de Ricardo III, pues contienen la información relativa a su pequeño reinado, y reflejan que no desperdició sus años en el trono.
El análisis de las costillas del malogrado monarca muestra una variación en los niveles de los isótopos de nitrógeno y oxígeno en los últimos años de su vida, lo que revela un importante cambio de dieta. Una alta concentración de isótopos de nitrógeno indica que la dieta de Ricardo III tuvo que ser rica en animales de la cúspide de la cadena trófica, como aves silvestres. En la mesa real no faltaron cisnes, grúas, garzas y garcetas.
William Shakespeare, en una famosa obra de teatro, retrató al monarca de la Casa de York como un villano maquiavélico, deforme, jorobado y cojo de nacimiento (algo que, ahora sabemos, se debía a su escoliosis). Pero, al parecer, también era un estricto cumplidor de las tradiciones religiosas. El análisis de los huesos del rey revela que durante largos periodos del año (en torno a un tercio de éste) se respetaba el ayuno cristiano y en la corte se dejaba de consumir carne. Eso sí, esta era sustituida por todo tipo de pescados. Mientras el populacho se conformaba con el pescado más abundante y barato, como el arenque, en la mesa real se servían más peces de agua dulce, ricos en nitrógeno, como el lucio.
El agua es para los peces, no para los reyes
El análisis de los isótopos también muestra que, al llegar al trono, Ricardo III incrementó su ingesta alcohólica. Normalmente, un cambio en la concentración de isótopos de hidrógeno refleja un cambio en el tipo de agua consumida, lo que se suele interpretar como un indicativo de que la persona analizada cambió de lugar de residencia. Pero claro, cuando se trabaja con una figura histórica existen documentos que atestiguan estos movimientos. Y en el caso del monarca, no hay nada que indique que se moviera del este de Inglaterra en los últimos años de su vida. ¿A qué se deben entonces los cambios en el isótopo de hidrógeno? Los investigadores creen que se explican por el incremento en el consumo de vino.
En el siglo XV sólo los aristócratas podían permitirse beber vino a diario, y hacían buen uso de este privilegio. Los autores del estudio explican que, según consta en la documentación disponible, el vino constituía en torno al 21% de todo el gasto en alimentación de la Casa Real. Alrededor de un cuarto de todo el oxígeno depositado en los huesos del monarca procede del vino. Los científicos calculan que debía consumir, al menos, una botella al día.