Los últimos trabajos de esta científica del MIT ponen su foco en el autismo, una enfermedad cada vez más frecuente y de la que, sin embargo, aún disponemos de poca información.
Según la presentación que realizó el pasado mes de junio, el glifosato, componente principal del herbicida Roundup, es el principal causante de que estas enfermedades se hayan disparado de forma tan rápida, así como la intolerancia al gluten. El problema es que dicho herbicida es producido por Monsanto, el mayor fabricante mundial de semillas transgénicas y una de las multinacionales más poderosas del mundo, que ha defendido la seguridad de su producto en su propia página web. Muchos no han tardado en desacreditar la teoría de Seneff, como ocurre con la veterana periodista de nutrición Tamar Haspel en las páginas de The Huffington Post. En dicho artículo, la autora recuerda que no se trata más que pura especulación, no refrendada por ningún dato y, además, desvela que Seneff está especializada en ciencia computacional e ingeniería eléctrica, y que su interés por la alimentación es reciente.
Sea como sea, lo que es innegable es que la prevalencia del autismo ha aumentado sensiblemente durante las últimas décadas, y aún no hemos sido capaces de llegar a un consenso sobre la misma. Actualmente, alrededor de uno de cada 175 niños de todo el mundo nace con este trastorno, aunque varía en cada país. En Estados Unidos, la prevalencia se encuentra actualmente en el 1,5%, mientras que en 1975, tan sólo uno de cada 5.000 niños tenía autismo, según los datos publicados por K. Wintraub en un artículo publicado en Nature. Seneff utiliza este cuadro para trazar su previsión y asegurar que, si el crecimiento sigue estable, para el año 2025 la mitad de los niños podría sufrir autismo.
Uno de los principales problemas con el autismo es que, en la mayor parte de casos, sus causas son desconocidas. Como explicaba dicho artículo de Wintraub, en un 46% es imposible explicar el origen del trastorno, aunque aduce otras razones por las que se haya disparado el número de diagnósticos. Es el caso de que algunos de los que simplemente habrían sido considerados como víctimas de retraso mental ahora se clasifican como autistas (25%) o aquellos que encajan en la descripción por un mayor conocimiento de la enfermedad (15%). No existe un consenso sobre los orígenes de la enfermedad, que se atribuyen tanto a causas genéticas (los hermanos mellizos suelen desarrollar de igual manera la enfermedad) o alteraciones neurológicas.
Más preocupante aún resulta que el autismo se deba a agentes ambientales, como la exposición a determinadas sustancias durante el embarazo, algo se encontrarían en sintonía con la tesis defendida por Seneff. Esta presenta una correlación casi perfecta entre el aumento de la utilización de glifosatos y la prevalencia del autismo aunque, como de costumbre, la correlación no tiene por qué significar causalidad. Según la teoría de la científica del MIT, el glifosato inhibe las encimas CYP (citopromo p450), activas en muchos procesos metabólicos, y daña la ruta del ácido skihímico, que sin embargo sólo es llevado a cabo por bacterias, plantas, algas y hongos, pero no por animales, algo que sus detractores o la propia Monsanto han planteado como una importante inconsistencia. Seneff aclara, a tal respecto, que la bacteria estomacal sí realiza dicho proceso, y que es necesaria para proveernos con aminoácidos esenciales.
Otra dificultad con la que se encuentran dichas investigaciones es que no han podido demostrar la correlación entre el compuesto y su supuesto efecto pernicioso entre hombres. Pero Seneff recuerda que este efecto es acumulativo, y que es imposible que se refleje en estudios a corto plazo, como los que se han realizado hasta el momento. Tan sólo una investigación a largo término podría demostrar dicha vinculación. El estudio publicado en la revista Entropy y realizado junto a Anthony Sampel fue calificado como “falaz” por un artículo en The Examiner, que recordaba que este no había aportado ninguna información, sino que se había limitado a revistar otros estudios previos, algunos de los cuales habían sido desacreditados, como aquel en el que Gilles-Eric Sérallini aseguraba que las comidas genéticamente modificadas provocaban la aparición de tumores en ratas.
El glifosato, explican los investigadores, puede encontrarse en la orina y en la sangre de las embarazadas. En Estados Unidos, estos niveles son 10 veces superiores a los de Europa. Y algunos de los biomarcadores del autismo como el mal funcionamiento de la bacteria estomacal, la deficiencia en metionina, el desorden mitocondrial o el síndrome de deficiencia de la aromatasa pueden ser producto de una única causa, el tan peligroso glifosato. En una entrevista con Alternet, Seneff aclaraba que en Sri Lanka o El Salvador, muchos trabajadores del campo morían jóvenes de problemas renales causados por el glifosato, lo que ha provocado su prohibición en dichos países. La única solución, para Seneff, es esa: prohibir por completo la utilización del glifosato en agricultura.
Como cada vez que aparece una disputa semejante, es complicado saber quién tiene razón y quién no, y sobre todo, hasta qué punto. Ni siquiera un experto en química y nutrición podría asegurar la falsedad o verosimilitud de dichas investigaciones sin dedicarse, por su cuenta, a investigarlo, y ni aun así llegaría a una conclusión definitiva. Además, siempre quedará la sospecha de la influencia que grandes corporaciones ejercen no sólo sobre diversos científicos a nivel individual, sino también cómo esto condiciona a la comunidad científica en general. Mientras tanto, el número de autistas, probablemente, seguirá creciendo.