En realidad, el único culpable era el fabricante de la máquina, pero la Justicia de Estados Unidos trató de probar que Kane y Nestor habían cometido fraude y otros delitos. Después de que un juez de Nevada desestimara todos los cargos, el Gobierno ha tirado la toalla. Ganar a la banca todavía es posible, pero los riesgos siguen siendo altos. En España tenemos el caso de los Pelayo y ahora mismo la estrella del póker Phil Ivey aún porfía por conseguir los 9,3 millones que ganó al baccarat en un casino de Londres.
El caso de Kane y Nestor comenzó en 2009, cuando el primero descubrió cómo ganar dinero en las máquinas de vídeo-póker. Un fallo de programación hacía posible que, mediante una secuencia de teclas (nada de usar imanes o algún otro engaño conocido) encontrara el punto débil de determinado modelo de aparato. La primera vez que se llevó el premio gordo, Kane advirtió incluso al responsable del local, en la calle Fremont, del defecto de fabricación que había descubierto. El empleado pensó que estaba de guasa. Le dio el dinero y le dijo que se marchara a casa.
Después de aquello, Kane cambió de dirección: llamó a su amigo Andre Nestor, hasta entonces otro jugador sin suerte, con idea de cambiar la historia de sus vidas. Kane sabía que aquellas máquinas tenían algún fallo, pero aún no lo conocía con exactitud. Entre los dos rastrearon infinidad de posibilidades con la obsesión febril de los rastreadores de oro y la fe que da saber que en aquel río había pepitas. Por supuesto, las encontraron.
Lo mejor de todo es que Game King se podía encontrar en cada esquina de la ciudad del pecado. Podían cambiar de local después de sus «golpes». Hasta que, de repente, el truco dejó de funcionar. Alguna actualización anuló su ventaja en todas las máquinas de los grandes casinos de Las Vegas. Solo su vieja amiga de la calle Freemont seguía respondiendo a la misma melodía. El riesgo era mucho mayor.
En efecto, en julio de aquel año, cuando Kane tenía 50 años, llegó a conseguir varios premios máximos seguidos en el casino Silverton de Las Vegas. En apenas unos minutos, cayeron unos cuantos jackpot de varios miles de dólares cada uno. Sus movimientos empezaron a ser escrutados por los responsables de seguridad, mientras a las cámaras de vigilancia se les ponían los objetivos como platos.
Kane, expianista profesional, tocaba las teclas como si interpretara a Mozart, según cuentan en Wired. El hombre parecía conocer las notas adecuadas para elegir sus cartas y llevarse cada poco tiempo unos premios que la casa no podía permitirse. Su comportamiento no era nada sospechoso, pero estaba claro que ganaba por encima de sus posibilidades. Después de conseguir siete grandes premios en hora y media, el responsable de vigilancia, un tipo sin duda perspicaz, supo que algo iba mal. Kane acababa de ganar por segunda vez consecutiva con un póker de doses. Las probabilidades de que ocurra algo así de manera natural son infinitesimales. Estaba claro que había dado con el sueño de cualquier jugador, una fórmula para derrotar a la banca. La máquina, por si fuera poco, era la más popular entre los casinos de Las Vegas.
Los encargados de seguridad le impidieron seguir jugando, pero el monstruo ya se había despertado. En realidad, Kane había descubierto el fallo tres meses antes, después de haberse gastado medio millón de dólares en tres años. Su abogado, Andrew Leavitt, aseguró durante el juicio que su cliente era un auténtico adicto, que había jugado «más que ninguna otra persona en los Estados Unidos». Tanta práctica no había sido en balde.
Las máquinas de póker suponen un avance respecto a las simples tragaperras, en las que el usuario puede tomar muchas menos decisiones. Game King era ya un modelo avanzado, que permitía elegir entre varias modalidades de póker. La versión 5.0 parecía rozar la perfección, pero después de siete años de proporcionar incontables beneficios, nuestro protagonista descubrió un leve error que había pasado inadvertido en todos los controles. Cinco años después ha culminado su victoria, ardua y probablemente amarga.
ABC