En su número del mes de diciembre la revista de la Smithsonian incluirá un relato muy especial, el de la odisea vivida por un matemático en la búsqueda del origen del número más importante de todos los inventados por la humanidad: el cero. Para localizar esta primera expresión tuvo que internarse en el corazón de la jungla camboyana. Y lo halló -prácticamente podría decirse que en el libro de la selva- cuando ya lo daba por perdido, en un almacén cerrado al público a cuatro millas (unos 6 kilómetros) del célebre complejo de Angkor Wat.
Esta es la fabulosa historia: Amir Aczel, el científico que creció en un crucero por el mediterráneo, sintió pronto, según cuenta en Smithsonian.com, la fascinación por los números desde que los vio en aquel barco de lujo, donde nunca paraban de girar... en la ruleta. Mitad rojos, mitad negros, con excepción del verde «0». Más tarde su obsesión arqueológica le llevó a tratar de averiguar el verdadero origen de los guarismos de nuestro sistema numeral, yendo hacia atrás en el tiempo, desde su aparición en occidente en el siglo XIII, en una publicacíon de Fibonacci (Leonardo di Pisa), quien los había aprendido de los Árabes. ¿Y ellos? Se supone que los trajeron de oriente, de sus viajes hasta la India. El libro «Finding zero» es el resumen de esta odisea que narra Amir D. Aczel en la revista de Smithsonian.
Ni romanos ni egipcios
Los mayas tenían su propio cero pero ese guarismo nunca salió de América. Los romanos y los egipcios no lo utilizaban. Se ha pensado que el cero que conocemos en occidente procedía de un círculo inscrito en un templo de Gwalior, India, que data del siglo IX, un momento en que el comercio arábigo-hindú era intenso y continuo. Por ello, la verdadera procedencia podría estar en cualquier sitio, al este.
Nada hay más natural a la filosofía hindú que los conceptos de vacío, nada, nulidad. Son conceptos religiosos que definen su relación con el tiempo y el mundo. Hubo grandes matemáticos indios, como Brahamagupta, Bhaskara o Mahavira que se habían interrogado sobre este valor en sus tratados. El propio Brahamagupta, que vivió entre 598 y 668, había introducido el número cero como definición de una cantidad nula, pero fue mucho más allá al definir la suma de cero y números negativos y positivos, reflexión de la que derivaron las operaciones de multiplicación y división por cero y, lógicamente, la necesidad del concepto de infinito.
En 1931, un investigador francés, George Coedès, identificó un relieve como K-127, una estela que se lee como una factura de compraventa, con referencias a esclavos, cinco pares de bueyes y sacos de arroz blanco. Aunque no se había descifrado completamente la inscripción, se documentó un claro 605, en relación al calendario antiguo que parte del año 78. Correspondería a nuestro año 683 después de Cristo, más de dos siglos anterior al del templo de Gwalior. Estamos en tiempos de Brahamagupta, aunque en Camboya.
Para terminar este apasionante relato de la odisea de Aczel, faltaba la existencia de un problema irresoluble. La estela, el fragmento, había desaparecido durante el régimen de terror de los Jemeres rojos.
Para hallar el K-127 entre 10.000 objetos sin identificar dentro del almacen en el que estaba, Amir Aczel tuvo que quemar las pestañas leyendo viejos documentos en bibliotecas desde Londres a Delhi y viajar a Camboya tantas veces como pudo a lo largo de los años. Cuando iba a rendirse, habiendo gastado sus propios ahorros en el empeño, recibió una beca que le ayudó a continuar la búsqueda. Fue entonces cuando el director general del Ministerio camboyano de Cultura le llevó a las dependencias de restauración y almacén de objetos de Angkor. Después de dos incursiones infructuosas, volvió a ser invitado. Era enero de 2013. Entonces, después de dos horas, halló una piedra catalogada con el famoso K-127. Tenía un metro por metro y medio y aún conservaba la inscripción, claramente.
¿Descubiertos o inventados?
«No me atrevía ni a tocarla», relata Aczel, «por miedo a que sufriera el más mínimo daño». Después de toda la odisea que le llevó allí, aún ha tenido la paciencia de seguirse haciendo preguntas, y las ha compartido con numerosos matemáticos e historiadores. ¿Donde se inventaron, o fueron descubiertos, los números? Para muchos, existen fuera de la mente humana. Pero lo que les confiere su poder es el hecho de haberlos dado nombre. Por ello, Aczel trata ahora de que la piedra con el cero más antiguo jamás escrito acabe en un museo, en la capital camboyana. El número redondo, el más útil de la historia, el descubrimiento matemático cuya importancia es comparable al de la rueda, lo merece.
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