La conclusión se ha alcanzado tras el experimento que se realizó el pasado fin de semana -el primero de su clase- con un robot al que se introdujo en el reactor número 1 del recinto y que grabó imágenes inéditas del lugar, bajo la dirección de un equipo de más de 40 expertos.
La propia máquina no pudo soportar las ingentes dosis de radiactividad a la que se vio sometida, pese a que fue diseñada expresamente para dicha misión. Se pensaba que podía durar hasta 10 horas, pero dejó de responder a las 3 horas.
El robot tuvo que ser abandonado en la vasija de contención del reactor -uno de los tres que quedaron destruidos en el suceso de marzo del 2011- después de recorrer sólo 15 metros, según admitió Tepco, la firma nipona propietaria de Fukushima.
Las mediciones del aparato no dejaban duda del ingente peligro que todavía representa esa estructura y oscilaron entre los 7 y hasta 9,7 Sievert (SV, la unidad de medición de la radiación) por hora, con picos superiores incluso a esas cifras. La Unión Europea sólo admite 100 miliSievert -una fracción del SV- cada 5 años para trabajadores expuestos a radiaciones y sólo 1 miliSievert, para la población normal. La temperatura interior, sin embargo, no rebasó los 20,2 grados.
La grabación difundida por Tepco permitía apreciar los restos y piezas esparcidos en el interior del reactor destruido, trozos de techo y metales fundidos durante el accidente.
Con una altura de 9 centímetros y una estructura que le permitía adoptar una forma de serpiente o de U, el robot medía -según su posición- entre 25 y 64 centímetros de largo, y pesaba 7,5 kilos.
Según Ryo Shimuzu, portavoz de Tepco, el objetivo final de esta maquinaria es encontrar un sistema que permita desmantelar el reactor, algo que está claro que no se puede realizar por medios humanos.
Ante el resultado fallido de la intentona, la empresa decidió no enviar otro robot que tenía previsto usar en la misma localización este lunes.