Se trata de una levadura similar a la que se usa para hacer pan o cerveza y que ha sido modificada genéticamente para transformar azúcar en opiáceos como la morfina o la codeína, la base de muchos fármacos contra el dolor. Hasta ahora, la única forma de producir estas sustancias y otras como la heroína era cultivando la planta del opio.
El logro es tan prometedor como peligroso, según los expertos. Por un lado abre la puerta a la producción de fármacos muy baratos y sin necesidad de plantas. Por otro puede inaugurar una nueva era en la que cualquier persona pueda producir derivados del opio caseros con un equipo de fermentación básico.
Esta nueva levadura es un hito de la llamada ingeniería metabólica. Su objetivo es conseguir que organismos fáciles de manipular genéticamente como las bacterias o las levaduras imiten los procesos bioquímicos que realizan las plantas para producir sustancias de alto interés. El mayor logro de la biología sintética en este campo probablemente ya ha salvado decenas de millones de vidas. Se trata del desarrollo de bacterias y levaduras que producen artemisinina, el principal fármaco contra la malaria, de forma segura y mucho más barata que el método tradicional de conseguirla, a partir de la planta Artemisia annua. Del mismo modo, varios equipos de científicos llevan años intentando reproducir en microbios los quince pasos químicos que realiza la planta de la adormidera. Varios de ellos ya se habían conseguido, aunque aún quedaban los primeros y más complicados.
En un estudio publicado hoy en Nature Chemical Biology, investigadores de EE UU y Canadá presentan un nuevo tipo de levadura de cerveza (Saccharomyces cerevisiae) modificada genéticamente que consigue realizar ese último paso. En concreto transforma la tirosina, un derivado de la glucosa, en reticulina. Trabajos anteriores ya han mostrado cómo producir opioides fundamentales como la codeína o la morfina a partir de la reticulina usando otros microbios modificados.
“Con nuestro estudio, quedan descritos todos los pasos y ahora solo queda unirlos y llevar el proceso a escala industrial”, explica John Dueber, uno de los líderes del trabajo, en un comunicado de prensa difundido por la Universidad de Berkeley. Conseguirlo no es “trivial”, pero sí “factible”, añade.
Conocimientos básicos
Los opioides siguen siendo la base de muchos fármacos usados para aliviar el dolor moderado o intenso, especialmente en casos terminales. Poder producirlo de forma sencilla y controlada en levaduras sería un avance comparado con el modo tradicional y además podría generar opioides más baratos, menos adictivos y más eficaces. La facilidad para manipular genéticamente las levaduras permite además acelerar el proceso de prueba y error en la búsqueda de nuevos fármacos, incluidos antibióticos, resaltan los responsables del estudio, de la Universidad de Berkeley (EE UU) y Concordia, (Canadá).
En unos dos años podrían crearse levaduras que sean capaces de convertir el azúcar en morfina y otras sustancias. “Alguien que pudiera apoderarse de esta levadura y tuviera unos conocimientos básicos de fermentación podría cultivarla usando un equipo similar al que se usa para hacer cerveza casera”, alertan Kenneth Oye y Chappell Lawson, expertos en ciencia política del Instituto Tecnológico de Massachusetts y Tania Bubela, de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Alberta, en un artículo de opinión en Nature. Los autores hacen recomendaciones para evitar que esto pueda ocurrir, como aumentar la vigilancia en las instalaciones dedicadas al desarrollo de estas levaduras, incluir más controles genéticos que permitan identificarlas o cambiar la ley para que los opiáceos obtenidos con ellas sean ilegales.
Manuel Porcar, experto en biología sintética de la Universidad de Valencia, resalta que desarrollar este tipo de organismos desde cero, es “complicadísimo”. Pero una vez las levaduras se han creado, cultivarlas es “facilísimo”, reconoce. “Bastaría solo una pequeña cantidad de levadura, como la que puede quedar entre las uñas, para desarrollar los opioides a un coste ridículo”. resalta. Porcar cree que este estudio abre un “debate muy interesante” en el que será importante no culpar a la tecnología ni intentar prohibirla, sino abordar sus beneficios y riesgos desde múltiples puntos de vista