El Barcelona sale del Bernabéu directo a la Liga habiendo sometido al Madrid como ese personaje de Juego de Tronos, Ramsay Bolton, sometía sádicamente a Theon: hasta quitarle la voluntad. El miedo escénico vuelto del revés. El partido tiene un trasfondo histórico: después de casi un siglo, el Barcelona supera al Madrid en victorias en duelos directos. El Madrid encarará al Ajax “fané y descangallado”, sobrecargado de piernas y con el trauma encima.
Después del 0-3 el Barcelona quería jugar mejor y Valverde lo consiguió con Arthur. Mientras en el madridismo surgía una extraña complacencia por haberle chutado a Stegen, en el Barcelona querían más. Ya había tenido más la pelota que el Madrid, pero aún querían más y más arriba. Había ganado, pero no se había sentido superior, ni fiel por completo a su estilo. Todo eso lo consiguió, limitando además el daño del Madrid y controlando a Vinicius, enrejado entre Sergi Roberto, Busquets y Piqué.
El partido se inició con un intercambio de presiones. Busquets se equivocó y vio una amarilla que Undiano no contemporizó. Pero en el Madrid era peor: Casemiro perdía un balón y otro más. La novedad era Bale por Lucas, pero el ataque iba a pisarse menos. Cualquier análisis muy personalista iría desenfocado. El problema no es Bale.
El Barcelona ya desplegaba su juego trenzado buscando primeramente a Alba, con más espacios en su banda al centrarse mucho Bale en la delantera. Arthur le daba una fluidez y una urdimbre distinta al juego y además aparecía Messi, que en el 19 pudo marcar tras irse de Casemiro y media defensa. Antes, Courtois le había hecho un paradón a Suárez, que no valió por ser fuera de juego, pero que quedó como impresión.
La pelota era culé, como viene siendo desde hace décadas, y al Madrid le quedaba buscar en balones largos a Bale y Vinicius. Balones largos y además exteriores, pues el mediocampo era suyo por completo. Así se fue Vinicius de Piqué (única vez) en el 22 para una ocasión de Modric. Un Modric demasiado estirado, irreprochable, que quería ayudar a Carvajal y además llegar al área, pero que junto a Kroos era dominado en la lucha por el mediocampo. Más que intervenir eran espectadores del juego de Arthur y compañía, un fútbol ágil, ligero, bien tramado. De esa forma llegó el 0-1, en una pared de Sergi Roberto con Rakitic, que se fue de Ramos y batió con elegancia a Courtois.
La reacción del Madrid fue Reguilón. Unos minutos personales y conmovedores. El Madrid tenía que empatar por eso, “por reguilones”, porque el juego era visitante. El Barcelona superaba la presión del Madrid con una facilidad cultural y Messi seguía buscando la pared definitiva con Dembelé, atolondrado en la decisión final. Eso le estaba salvando al Madrid; y Courtois, que le paró otra a Suárez a bocajarro tras una posesión abusiva del Barcelona.
Ni a Vinicius podía recurrir el Madrid, bien controlado por el rival. La pelota y las ocasiones eran del Barcelona y al descanso al Madrid solo le quedaba un orgullo quijotesco de tanto vapuleo y algo así como un ansia de liberación. La necesidad de salir de una esclavitud futbolística.
Reguilón, el mejor
El Madrid volvió encorajinado. Benzema falló en boca de gol aunque el juez de línea, piadosamente, había pitado fuera de juego. El Madrid quería tener más la pelota, lo que abría un nuevo problema: las contras del Barcelona. La primera peligrosa la tuvo Suárez en el 51. El mejor del Madrid era Reguilón. Llevaba con personalidad la iniciativa. En ese momento de empuje, Solari cambió a Kroos por Valverde. ¿Qué podía estar buscando? Físico, frescura. El pulmón izquierdo de la media. Peor no lo hizo.
Vinicius ya exigió una mano de Ter Stegen. El Madrid quería la vorágine, el Barcelona recuperar la pelota duradera. Su peligro iba llegando por la izquierda (Dembelé, Alba...).
Reguilón era Camacho redivivo y en el 59 forzó una nueva ocasión de Vinicius, al que poco a poco iba amargando Piqué. De nuevo, los jóvenes sostenían al Madrid y Asensio entró por Bale, con pitos para el galés.
El coraje del Madrid acabó siendo en defensa propia. Carvajal y Ramos tapando agujeros. Acabarían los dos con estrés de tanto tratar con Suárez en la cuerda floja. El Barcelona volvía a dominar y Dembélé perdonaba.
Chutaba de lejos Vinicius, chutaba de más lejos Casemiro. Era como jugarse la Liga con triples de Romay, así que Solari, en un acto lleno de coherencia, decidió sacar a Isco. El Barça respondió con Coutinho, nada menos. Un Madrid ya muy joven (vibrante Asensio) lo intentó cerca del corazón pero lejos del fútbol, conectado ya al modo Champions, su asedio desesperado, que este año será aún más agónico. Estuvo más cerca el segundo de Messi que el empate.
Murió Cruyff pero es como si al Madrid le estuviesen metiendo el gol de Cruyff de 1973 año tras año.
Hughes