Estamos en julio de 2024, no en marzo de 2020, pero hay ciertas calles de París que mantienen una soledad similar a la del confinamiento.
A cuatro kilómetros del Sena apenas se ve a personas, nada más que seguridad: abundan los furgones de la Gendarmerie y de los municipales. Incluso es posible encontrarse con militares subidos a un Citroen C3 blanco de paisano.
Esta realidad contrasta con la puesta escena a orillas del Sena, donde París ahuyentó los miedos. Y confirmó por qué añoraban y necesitaban tanto unos Juegos Olímpicos cuyo inicio ha sido de película de Disney, aunque los organizadores no repararan en la probabilidad que hubiera chubascos en este ejercicio de ardua logística. Los parisinos vencieron a la lluvia, que tuvo su momento más emblemático con el encendido del pebetero.
La Torre Eiffel acogió el inicio de la traca final, con Zinedine Zidane, icono de la selección francesa de fútbol, y exjugador y entrenador del Real Madrid, como encargado de ser portador de la llama olímpica...
Hasta que apareció Rafa Nadal. Gesto de generosidad absoluto por parte del Comité Olímpico Francés, que cedió el honor final a un español, pero también héroe de París al haber conquistado Roland Garros 14 veces.
Inolvidable. El español desplazó el último tramo de la llama, junto a otras leyendas del deporte: Carl Lewis, Nadia Comaneci y Serena Williams. Los franceses Amélie Mauresmo y Toni Parker fueron algunos de los últimos relevos.
El pebetero, finalmente, fue un majestuoso globo aerostático que iluminó el cielo parisino. Esto puso fin a un desfile histórico, el primero fuera de un estadio olímpico. Grandes estrellas como Lady Gaga o Celine Dion pusieron su granito de arena en una ceremonia que reivindicó la diversidad, el papel de la mujer en la historia de París y Francia o la igualdad.
Pero, vayamos por partes. Llegar hasta el Sena se convirtió en toda una odisea. Las vallas se reprodujeron por todo el centro. La policía sólo permitía el acceso a los residentes y a los acreditados, provocando el enfado de los ciclistas. La bandera de Anne Hidalgo, convertir la ciudad en un espacio apto para la bicicleta, estuvo ausente por las fuertes medidas de seguridad implantadas.
Las colas previas a la entrada a los diferentes puentes desde los que se contempló la ceremonia inaugural eran kilométricas. A pesar de que todavía no llovía, y sólo había chispeado por la mañana, muchos precavidos habían optado por el paraguas. Y el transcurso de los minutos les dio la razón.
La tromba de agua fue de la misma envergadura que la ilusión que se palpaba en el ambiente. La espera en las tiendas eran tan grandes como las de acceso a las gradas, montadas con un riguroso andamio, y ocupadas desde varias horas antes.
Hubo gente que esperó cuatro horas, porque las entradas no eran nominales. A poco menos de una hora para el inicio no quedaba sitio en un lugar dominado por las banderas, especialmente las francesas Los precios de las tiendas Cada puente, el nuestro era el Pont du Carrousel, contaba con tiendas para comer y beber, acompañados de sus respectivos aseos portátiles y de estructuras complementarias para lavarse las manos.
También había carpas de emergencia, aunque en nuestra zona, según nos confirmaron, no hubo que lamentar ningún infortunio en forma de enfermo o herido. La primera tienda que nos encontramos vendía los refrescos a cuatro euros y las botellas de agua, a 3'5.
Además de la bebida, ofrecían un menú por 12 euros que incluía un sándwich a elegir entre tres opciones diferentes: jamón, mozarella y pesto y tomate y queso. Comprar las botellas de agua, sin embargo, tenía poco sentido. La organización instaló seis máquinas expendedoras gratuitas en cada puente con tres garrafas de cinco litros en cada una de ellas. Al cabo de dos horas, eso sí, ya estaban agotadas, a pesar de que el puente se vació en cuanto comenzó la ceremonia.
Cerveza sin alcohol Otro detalle era la venta de cerveza en la segunda de las tres tiendas que había. Sólo había disponible sin alcohol, a seis euros si era de 40 cl; o a ocho, si era de 50 cl.
En las colas para la bebida, ya se vieron los primeros chubasqueros porque al principio sólo se notó una simple llovizna. Una pareja mexicana esperaba en la cola de las bebidas. Relataron que habían viajado específicamente para los Juegos Olímpicos y que las entradaa ps les han parecido caras: "Hemos pagado 100 euros cada uno por estar aquí". A su espalda se ubicaba la tienda de gofres, donde se venden tanto salados como dulces.
Los salados cuestan 14 euros y entre las opciones están con guacamole, con tomate y con una combinación de verduras. Los dulces son ligeramente más económicos y pueden comprarse por cinco euros, de caramelo o de azúcar y chocolate. Las banderas en los balcones El colorido de las gradas contrasta por completo con el vacío de las calles adyacentes a los puentes, donde no hay nadie. Sólo se observa a personas en los balcones que dan al Sena, donde las familias no se han perdido esta inauguración.
En uno de los edificios que observamos, se ven 11 banderas de países que participarán en estos Juegos Olímpicos: Brasil, Reino Unido, Portugal, Turquía, Estados Unidos, Suiza, Alemania, Bélgica, Francia, Canadá e Italia.
Una pareja de brasileños se encuentra comiendo gofres dulces en el puente. Se trata de dos trabajadores del Comité Olímpico de Brasil. Aseguran que han pagado entre 300 y 400 euros por ambas entradas, pero que no recuerda el precio exacto: "Las compramos hace meses y no te puedo decir por el cambio de moneda". No viven en la villa olímpica, pero eran conscientes de que hoy es "el único día relajado" en las próximas semanas.
Las primeras canciones empiezan a sonar a escasos diez minutos del inicio de la inauguración, antes de que Zidane encendiera el pebetero. El puente está ya prácticamente desierto, salvo por los socorristas que se sacan la foto de equipo.
Precisamente el que le ha sacado la foto es un hombre sexagenario que ha trabajado durante varias décadas en la OTAN.
Eso sí, nos pide que no pongamos su nombre, porque no ha pagado su entrada, ha venido invitado directamente por Emmanuel Macron.
Y enseña una foto en su móvil para corroborarlo.
Los bailes de los presentes
El tipo pronuncia un par de palabras en castellano, ha llegado a París esta mañana y está encantado con esta ceremonia anómala. Igual de alegre que las gradas cuando salen los refugiados por detrás de Grecia, a los que le dedican un sonoro aplauso agradecido por ese barco cuando atraviesan los diferentes puentes.
Hay entre diez y quince minutos desde que salen del inicio hasta que llegan a nuestra posición. Al pasar por allí, otro aficionado exclama: "Esto es más seguro ahora que la Casa Blanca". Suena Can Can y todos se vienen arriba. Porque no hay mejor obra maestra para la felicidad existente.
El personal de las tiendas, carente de trabajo en esos momentos, se pone a bailar mientras los acompañan los primeros grandes chubascos que empañarán el cielo de París, no la puesta en escena. A salvo de la lluvia Las carreras se suceden para salvarse de la lluvia. En las gradas, los presentes, que no quieren perderse nada (ni su sitio), se refugian como pueden: con gorras, sudaderas, pañuelos y paraguas.
Todo es válido para cubrirse la cabeza y mantenerse a salvo del agua. Mientras tanto, la melodía de Los Miserables sigue elevando el nivel de esta inauguración.
El primer gran estallido, previo al paso de Francia, llega con el paso de China, acompañado del estrés de la realización. El bote de la televisión pasa muy cerca y se escuchan gritos entre ellos, palpándose los nervios presentes ante una emisión de semejantes características.
Con Israel, en cambio, no ocurrió lo mismo, porque fueron abucheados con claridad.
Los enormes fuegos artificiales tiñen el cielo de rojo y confirman lo que muchos dudaron: que la puesta en escena en el Sena era posible.
Y que Francia va a disfrutar (o va a intentarlo) con estos Juegos Olímpicos.
La lluvia no fue impedimento para brillar. Ya lo decía Churchill: "El mal tiempo de París es el secreto mejor guardado del mundo". Mientras tanto, un helicóptero sobrevuela el Sena, quizás a la misma altura que esta inauguración.