Ese habitáculo de 1,315 kilos de peso resistió las condiciones más extremas hasta que estuvo lista para la misión. No solo Baumgartner tuvo que esforzarse en el gimnasio y en el psicólogo. La cápsula empezó a ser diseñada hace cinco años, cuando se puso en marcha el programa, por un grupo de expertos en ingeniería aeronáutica.
La carcasa, fabricada con fibra de vidrio, mide menos de dos metros de diámetro y estaba acondicionada para mantener una presión constante durante todo el vuelo para evitar que Baumgartner sufriera algún daño. Esta presión equivale a unos 4,877 metros por debajo del nivel del agua, por eso, Baumgartner tardó varios minutos en equilibrar la presión de dentro de la cabina con la de fuera, instantes antes de abrir la compuerta y precipitarse al vacío.
Si Baumgartner puso el atrevimiento, la cápsula permitió que la expedición llegara a buen término. Solo por ella se aplazó la aventura desde agosto hasta octubre. Baumgartner probó la cápsula en julio y el aterrizaje desde los 29,610 metros con los que fue probada fue defectuoso. Cayó en una zona pedregosa y sufrió desperfectos que la inutilizaron para el siguiente y definitivo salto. Hasta octubre, fecha en la que había superado todos los exámenes con nota y estaba lista para elevarse en el cielo con el globo aerostático inflado con helio. El plástico utilizado para la misión es diez veces más fino que un envoltorio para bocadillos y en su punto más alto midió unos 100 metros de altura y 130 de diámetro.
Después de que Baumgartner saltara, la cápsula se desprendió del globo y fue cayendo hacia la Tierra. Los técnicos de la misión controlaban su descenso hasta que accionaron el paracaídas que la haría caer a unos 88 kilómetros de donde lo hiciera Baumgartner. La cápsula, al contrario que el globo, puede ser utilizada en cualquier otra misión de este tipo, por eso también hubo un especial interés en recuperarla sana y salva, como finalmente ocurrió.