Bilingüe en inglés y español, recién licenciado en Relaciones Internacionales a sus 23 años y originario de Arizona, Cantú tenía el perfil perfecto para patrullar el desierto en busca de "espaldas mojadas" y traficantes. Sus jefes casi se lo rifaban. Otros compañeros estaban en la patrulla para pagar la hipoteca, o porque era el mejor trabajo disponible para gente de su entorno. El mejor salario al que podían aspirar, con las mejores perspectivas de futuro para, quizá, terminar en una oficina, en el mejor de los casos en Washington, lejos de la frontera.
Pero, sin cargas familiares y con una educación superior, Francisco Cantú podía haber hecho muchas otras cosas. Podía haber seguido estudiando, haber conseguido becas, haber ido al extranjero. Su madre, sus allegados, no entendían qué hacía con la "migra", la patrulla de fronteras. Era una especie de traición. Él lo tenía claro: "Llevaba años estudiando la frontera desde la perspectiva teórica. Leyes, políticas, todo lo que aprendí sobre la frontera me parecía desconectado de la realidad. Quería vivirla en directo, quería entenderla", explica en conversación telefónica con El Confidencial Cantú, ahora con 33 años y un libro, "La línea se convierte en río", que describe su experiencia, y que será publicado en España en septiembre.
En cualquier caso no puede decirse que cuando, cuatro años después de iniciar su entrenamiento, Francisco abandonó el cuerpo, fuera algo inesperado: "Siempre lo entendí como una ampliación de mi educación. Como algo temporal. Una manera de encontrar respuestas a todas mis preguntas, y de ahondar en un paisaje y un entorno que me ha obsesionado desde niño", explica. En 2012, tras cuatro años de detenciones de hombres, mujeres y niños al borde de la deshidratación, en los momentos más terroríficos de sus vidas; de cadáveres en diferentes estados de descomposición, de destruir cantimploras y provisiones que los inmigrantes abandonan en su huida despavorida, y de pesadillas obsesivas en las que sus dientes se deshacían en la boca, Cantú se fue de la "migra".
Pero no tenía las respuestas. "En cierta medida me sentía derrotado. Cuando eres joven, tienes esta idea algo inocente de que puedes cambiar las cosas desde dentro. Pero una institución como la patrulla de fronteras te atrapa y te convierte en un elemento más de su maquinaria. No hay espacio para cambiar nada. Y escribir el libro fue en parte el ejercicio de asumir esto, de aceptar que no solo no había encontrado ninguna respuesta, sino que me iba con la idea de que era todo mucho, mucho más complejo de lo que yo mismo imaginaba. Y de que había acabado siendo cómplice de un sistema que perpetúa la violencia, y que deshumaniza a las personas".
Eva Catalán