Su trabajo consistía en activar un panel de control que liberaba descargas de 1,200 a 1,400 voltios, con una duración entre 20 y 60 segundos, que acabaron con la vida de los condenados a muerte.
«Nunca me sentí culpable por los 62 hombres a los que ejecuté, pensé que yo no era el responsable de sus muertes, sino los jurados que decidieron condenarles, los abogados que los defendieron, las madres que los criaron y las circunstancias que los llevaron a delinquir», dice el exverdugo estadounidense a ABC tras la presentación del 5º Congreso mundial contra la pena de muerte, organizado en Madrid.
Givens afirma que tras su experiencia, como guardia en la prisión de Virginia, sufrió una «transformación» y ahora es un activista en contra de la pena de muerte. Viaja por el mundo relatando su historia y sus experiencias en la antigua penitenciaría «solitaria», tal como él la define, donde trabajó.
Pese a que está convencido de que la pena de muerte debería desaparecer de la legislación estadounidense por motivos morales, en cualquier caso afirma a ABC que «cada caso le cuesta a EE.UU. al menos un millón de dólares», continúa la entrevista asegurando que cada reo «ha de tener al menos dos abogados especializados» y que a veces el proceso se alarga hasta quince años. «Es el estado el que debe pagar los gastos de la Fiscalía y las horas de trabajo de los abogados de oficio», dice Givens.
Los testimonios de Givens son respaldados por Andrés Krakenberger, dirigente de la Asociación Pablo Ibar (el preso español condenado a muerte por el estado de Florida en el año 2000), quien afirma a ABC que el Gobierno estadounidense ha de pagar los trámites de las solicitudes de apelación presentadas a la Fiscalía. Andrés Krakenberger también señala que en EE.UU. «los fiscales, los jefes de Policía y los jueces son electos y quieren ser reelegidos», por eso están constantemente mencionando «el número de presos que han encarcelado» en su campaña contra el crimen.
Cárceles con aire acondicionado
El exverdugo de Virginia recuerda que la cárcel donde trabajaba tenía «aire acondicionado». También dice que conoció «a algunos presos que en verano vivían debajo de un puente y en invierno cometían un pequeño crimen, como robar un coche, para volver a entrar en prisión». Afirma que las prisiones en Estados Unidos tienen la obligación de dar «tres comidas al día a los reos» y un «lugar donde dormir a muchos presos que fuera viven como vagabundos».
Advierte de que el gran peligro de la pena de muerte es «matar a reos inocentes», como ha ocurrido en casos como el de Earl Washington, Jr, condenado a muerte que fue liberado, unos días antes de su ejecución por el Gobernador de Virginia, porque su adn no coincidía con el del autor del crímen por el que se juzgó.