El economista Ettore Gotti Tedeschi, de 67 años, fue llamado en 2009 por su amigo Benedicto XVI para que intentara adecentar las cuentas del Instituto para las Obras de Religión (IOR), más conocido como el Banco Vaticano. No mucho tiempo después de asomarse a aquel desbarajuste de siglos con olor a azufre, Gotti Tedeschi, perteneciente al Opus Dei, entendió que la hazaña no solo era difícil, sino peligrosa, muy peligrosa. Lo de menos era chocar con el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone, o que —como sucedió hace 15 días— lo despidiesen con cajas destempladas. El banquero de Dios temía algo peor, y así se lo dejó por escrito a dos íntimos amigos suyos junto a un expediente con documentación sensible: “Si me asesinan, aquí dentro está la razón de mi muerte”.
La policía se presentó el lunes por sorpresa en la casa de Gotti Tedeschi en Piacenza y en sus oficinas de Milán. Un agente de los Carabinieri le informó de que su presencia allí no tenía nada que ver con su expulsión del Banco Vaticano, sino con investigar, por orden de un juez de Nápoles, un turbio asunto de comisiones ilegales relacionado con el grupo Finmeccanica, una venta de helicópteros a India y la Liga Norte. Gotti Tedeschi respiró tranquilo: “¿A un registro? He pensado que veníais a pegarme un tiro”.
Poco después, según revela en exclusiva Il Fatto Quotidiano, los policías, dirigidos por el capitán Pietro Raola Pescarini, encontraban entre las pertenencias del banquero “un par de dossiers dirigidos a los amigos de más confianza” a los que ya habría advertido de viva voz: “Si me asesinan, buscad en estas cartas”. Se trataría de centenares de páginas sobre importantes personajes de la Santa Sede, como el citado cardenal Bertone o el secretario particular del Papa, George Gänswein, con los que Gotti Tedeschi habría hablado sobre el gran escándalo del blanqueo de capitales en el Banco Vaticano.
La sorpresa inicial del banquero al ver a los policías —prácticamente nadie se cree en Italia que el registro obedeciera a un asunto distinto al asunto del Vaticano y sus cuervos— se quedó en nada en comparación con la de los policías al encontrar un material tan sensible. Tanto que, después de tres horas de interrogatorio y de fotocopiar los expedientes secretos de Gotti Tedeschi, los investigadores decidieron llamar al fiscal jefe de Roma, Giuseppe Pignatone, quien —dada la gravedad del hallazgo— tomó un avión y voló a Milán para hacerse cargo de la investigación. El problema de Finmeccanica, los helicópteros y el tramposo partido de Umberto Bossi volvió a ser una cuestión menor. Ahora el objetivo —buscado o no—vuelve a ser el lavado de dinero en las cuentas del Instituto para las Obras de la Religión.
Después de casi tres años como banquero de Dios —desde septiembre de 2009 a finales de mayo de 2012—, Gotti Tedeschi tuvo miedo. No ya del olor a azufre, sino de que alguien de la Curia quisiera ponerlo a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro, ese que desprende un olor inconfundible a almendras amargas.