El sistema, con el que este centro de Nueva Zelanda lleva trabajando tres años, es sencillo. Tal y como indica su responsable, «consiste en dejar a los niños ser niños y enseñarles a través del juego. No solo el comportamiento de los menores ha mejorado, sino que el método ha ayudado a los niños a solucionar muchos de sus problemas». «Yo solía ser uno de esos profesores autoritarios —prosigue Bruce McLachlan— que decían a los alumnos que no montaran en bicicleta o no escalasen un árbol». Así lo destaca el docente en un reportaje publicado este mes en el portal de noticias News.com. «Después pensé que si se hacían daño haciendo este tipo de cosas acabarían aprendiendo de ello y no volverían a hacerlo».
«En primer lugar —dice el experto— depende mucho de la etapa en que nos encontremos, la situación social... Se trata de un método bastante antiguo y que nunca ha sido tomado como ejemplo para la posteridad, lo que viene a significar que no debe funcionar muy bien», apuntala. Además, Aguado señala que la escuela Swanson no ha mostrado ningún informe científico que avale la idoneidad o no de un método sin normas como base para educar a los alumnos. «Para saber si el sistema educativo es bueno o malo debemos basarnos en las evidencias y no en que un padre o un profesor consideren que el método de Nueva Zelanda funciona bien».
La importancia de las normas
Y he aquí el gran debate. ¿Es bueno o no tener unas normas que cumplir? El experto de la Universidad de Navarra lo tiene claro y considera que «no hay discusión posible». «Tener normas significa aprender a saber qué está bien y qué está mal. No es algo que sepamos de forma innata, pues depende de la sociedad en la que vives y eso, indudablemente, hay que enseñarlo». La libertad, dice Aguado, «se basa en el conocimiento de las reglas».
¿Y eso de enseñar divirtiendo? ¿Debe ser el aprendizaje ameno, con el fin de obtener resultados más satisfactorios? «Eso es una tontería», remacha el experto. «Si enseñamos divirtiendo los niños jamás serán adultos, siempre serán unos bebés o personas muy infantiles. Los pequeños deben saber que el mundo no es bello, ni justo, y que vivir en él es difícil. Por ello digo que la única forma de ser libre es tener unas normas, que ya nosotros decidiremos si cumplimos o no».
En un artículo publicado por «The Independent», el director del centro educativo en Nueva Zelanda asegura que sus alumnos están ahora «más motivados y ocupados que antes. Por mi experiencia, cuando los niños no están ocupados es cuando se meten en más problemas. Cuando miras al patio parece un lugar caótico - desde una perspectiva adulta- lo que te lleva a pensar que los alumnos van a hacerse daño, pero eso nunca ocurre». Para otro docente, Grant Schofield, el hecho de que los niños puedan hacer lo que les venga en gana cada vez que salen al recreo supone una gran ayuda para el desarrollo de su cerebro: «El lóbulo central del cerebro de un niño se desarrolla mejor si sufren ciertos riesgos - como caerse - ya que les permite calcular qué consecuencias sufrirán si llevan a cabo ciertos actos».
Y tú, ¿qué opinas? ¿Debe un colegio permitir a los alumnos hacer lo que les venga en gana cada vez que salen al patio?
ABC