Cada uno tiene unos motivos que el periodista David Beriain retrata en el documental 'Amazonas clandestino': ver por dónde sangra el monstruo, esto es, desgarrar los músculos y escuchar cómo late ese lado humano de la droga
«No lloro por ser maricón, sino por pena. Por esos niños sin padres, sin comida... Si me van a quitar mi plantación, mejor que me maten para no ver a mi hijo morir de hambre». Las palabras pertenecen a uno de los muchos cultivadores de hoja de coca del VRAEM, un remoto valle peruano que en los últimos años se ha convertido en el mayor fabricante de cocaína: el 20% de la producción mundial sale de aquí y se dirige, principalmente, a Europa. Muchas familias son minifundistas, gente que huyendo de la violencia del grupo terrorista Sendero Luminoso llegó a esta zona, cogió un trozo de monte y comenzó a cultivar coca para sobrevivir. Sin embargo, el gobierno de Perú pretende erradicar 35.000 hectáreas de cultivos ilegales de esta planta en 2015. Las familias, dicen, no lo van a permitir. Es el pan, es el colegio, es la ropa de sus hijos. «Pensarán mal de mí», reconoce uno de los cultivadores, «pero la gente de aquí vive de la coca. Sin coca no hay vida», añade.
El motivo principal es la rapidez y la escasa dificultad que supone vender la hoja de coca. Así lo recoge David Beriain: «Si siembras café o cacao, como propone el Gobierno, tardas en cosecharlo tres años y luego hay que sacarlo del valle para la exportación. ¿Cómo lo haces si solo tienes una hectárea? No hay carreteras», le reconoce un cosechador al periodista.
Pero ¿cuál es el proceso que sufre esta planta desde que es vendida a los narcos hasta que millones de personas la consumen convertida en polvo blanco? Esto es lo que retrata David Beriain en el documental "Amazonas clandestino", una serie de seis episodios que el martes 10 se estrena en Discovery Max. Los dos primeros capítulos desmenuzan las intrigas relacionadas con la fabricación y el comercio de esta droga, mientras que los cuatro restantes tratan temas como la sangría ecológica a la que está sometida la Amazonia brasileña, la nueva fiebre del oro o la Colombia de las FARC.
Del 'pisador' al cocinero
En el VRAEM no siempre el día es inocente y la noche culpable. En plena mañana, en los laboratorios ilegales que se instalan entre los árboles, los 'pisadores' transforman la hoja de coca en pasta base. Para ello, machacan la planta con sus pies, la masajean, un acto similar al pisado de la uva. De repente, uno de ellos grita: «El pichi no va a salir. El pichi no sale. ¿Alguien para orinar por ahí?». Otro se acerca y mea encima del mejunje. «La orina da sabor. Es como echar uno de esos sobrecitos a la sopa», explica el químico. Para formar la pasta base, la receta pasa por verter lejía —«para que suelte más alcaloide», dicen— y gasolina. «Lleva gasolina para que se coagule, como el queso con la leche», apunta. Acerca su nariz al material. Husmea. Es el olor de la droga. «Todo el mundo hace esto», se justifica. «Uno mismo tiene que inventar. Otros países inventan cómo hacer un carro o un avión, nosotros inventamos cómo hacer coca».
Para convertir la pasta base en clorhidrato de cocaína (polvo blanco), además de cal para que le dé consistencia, el cocinero mezcla el material con alcohol, acetona (un quitaesmalte común) y ácido. Cobra unos 200 dólares por procesar 20 kilos de cocaína considerada pura, una cifra irrisoria si se tiene en cuenta que cuando llegue a la calle, cortada no valdrá menos de 200.000 euros. Durante el documental, David Beriain le pregunta qué le habría gustado hacer si no se hubiese dedicado a esto. «Chef», contesta el cocinero. «Mi hija tenía tuberculosis. No tuve otra opción para sacar dinero».
«Siempre habrá gente que mate por la coca»
David Beriain, que destaca el hecho de haber producido el documental íntegro sin una sola cámara oculta, asegura que lo que más le asusta de todo lo que ha vivido es «lo cerca que te sientes de ellos». «Te gustaría sentir que son de otra especie, pero al escucharles, piensas: "¿Qué haría yo en sus circunstancias?"», explica el periodista a Gonzoo. Confiesa no tener la clave para atajar el entramado sanguinolento que rodea al narcotráfico, pues «siempre habrá gente que mate por la coca». «Este negocio no es otra cosa que la sublimación más salvaje y cruel del capitalismo más salvaje y cruel: la ley de la oferta y la demanda en su forma más descarnada», opina Beriain.
«Ponerte en la piel de esas personas no va a cambiar nada, ni siquiera va a hacer que ocurran cosas buenas», apunta el autor de 'Amazonas clandestino'. «Pero escuchar sus motivos igual hace que ocurran menos cosas malas. Todos esos relatos, esas historias… Si juntas todo ese dolor individual lo que tienes es un monstruo».
Noemí López Trujillo