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Lunes, 08 Junio 2020 02:56

Policías de Jalisco detenidos por protestas “sólo siguieron órdenes”, acusan familiares

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GUADALAJARA, Jal. (proceso.com.mx).- Familiares y amigos de los dos policías detenidos por presuntamente seguir órdenes del crimen organizado para detener el pasado viernes a manifestantes afuera de las instalaciones de la Fiscalía del estado se manifestaron afuera de Casa Jalisco para pedir su liberación pues, aseguran, ambos siguieron instrucciones de sus superiores, y que no les permiten tener un defensor particular.

Los elementos detenidos son el director operativo (J3), el comandante Salvador Perea, y el policía ministerial, Raúl Gómez Mireles, están acusados de abuso de autoridad, de realizar detenciones ilegales y de desaparición forzada.

Los hechos ocurrieron el pasado viernes cuando detuvieron a jóvenes que se dirigían a protestar afuera de la Fiscalía para exigir la liberación de los arrestados del jueves tras la violenta manifestación en el centro de la ciudad, en la que se pedía justicia por la muerte de Giovanni López, quien murió a manos de policías de Ixtlahuacán de los Membrillos.

El abogado de uno de los señalados, Óscar Arturo Díaz, dijo que no le han permitido tener contacto con su cliente, y que están “presionando al comandante Perea para que él acepte la responsabilidad, por eso no dejan entrar a ningún defensor”.

Agregó que presentaron un amparo, pero el Juez de Distrito nunca lo mandó al secretario. También acudieron a solicitar apoyo a Visitaduría, a la Comisión Estatal de Derechos Humanos y a la Fiscalía Anticorrupción, pero “estaba cerrado”.

El abogado recalcó que el gobernador, Enrique Alfaro, y el fiscal estatal, Gerardo Solís Gómez, gozan de una buena relación con los titulares de las dependencias y organismos mencionados, por lo que considera que “todos se coligieron para bloquearnos la estrategia de defensa. Ellos están tratando de lavarse las manos, y que tanto Perea como Mireles, Jalisco los vea como culpables cuando son víctimas de las irresponsabilidades de estos señores”.

Óscar Díaz apuntó que a los imputados se les asignó un abogado de oficio de la propia Fiscalía, puesto que les informaron que sus defensores particulares no se presentaron, “lo cual es mentira”.

Esposas exigen justicia

Patricia Nazarín, cónyuge del policía investigador Raúl Gómez, detalló que ambos están detenidos en una celda, como cualquier otro criminal, “pero los delincuentes son ellos, la delincuencia organizada viene desde la cabeza, desde el gobernador, desde el fiscal, ellos por defender a la ciudadanía y a ellos, eso fue el pago que les dio el gobernador”.

Apuntó que ambos recibieron órdenes de “J1, Francisco Gutiérrez y así se va la varita, de J2; y J3, el comandante Perea y él les transmite a los comandantes, se van por una línea, no se mandan solos”.

Reclamó que su marido podría irse a la penal, mientras que los causaron los destrozos en los inmuebles del centro histórico, y de los que estaban en las inmediaciones de la Fiscalía, salieron libres.

Por su parte, Cynthia Hernández, esposa de Perea dijo que ayer tuvo contacto con él, y le comentó que se “siente traicionado por J1, por el fiscal, por Alfaro, siendo que hace poco tiempo lo reconocían, lo propusieron para ser integrante de la búsqueda de personas desaparecidas (…) cosa que se me muy hace raro que ahora digan que tiene nexo con la delincuencia”.

Coincidió con Patricia Nazarín en que su esposo no actuó por motu proprio, sino que siguió las órdenes del J1, J2, y del Fiscal. “Él no puede dar una orden sin ellos”, subrayó.

Ayer, familiares y amigos de los dos elementos detenidos, hicieron una manifestación afuera de las instalaciones de la Fiscalía, pero no fueron recibidos por nadie.

Durante su protesta, mostraron cartulinas en que se leía “Justicia para el comandante Perea, también es víctima de tu soberbia Alfaro; La Justicia aplica tanto para policías como sociedad, todos somos pueblo; Alfaro el responsable eres tú; Alfaro como gobernador eres la cabeza del estado, responsabilízate”.

Gloria Reza

 

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Facebook: Renato Bedu

"A CONTINUACIÓN, narro la experiencia que viví ayer al ser levantado por gente de la Fiscalía del Estado. Es algo largo, pero les agradecería que me leyeran, al igual que todas las personas que están compartiendo lo que les pasó:

Me bajé en la estación Urdaneta del Tren Ligero y caminé hacia la concentración por la Calle 5, eran aproximadamente quince a las seis. Justo cuando llegué a la Av. 8 de Julio, veo dos camionetas sin placas con hombres que portaban armas de fuego y palos, estacionados en la gasolinera para luego irse por la avenida rumbo al norte. Seguí ese mismo camino porque ya no vi una amenaza. Decidí escribir lo que vi en Twitter porque me pareció un hecho relevante para alguien de mis conocidos que haya decidido ir o que quisiera compartirlo para ayudar con la precaución.

Justo a media cuadra, mientras escribía el tuit, me encontré con una entrada custodiada por antimotines. Yo me percaté de eso demasiado tarde no por estar en el celular, sino porque no estaban sobre la acera, estaban unos metros metidos y no había ruido, todo era muy sigiloso. Cabe mencionar que nunca había ido a la Fiscalía, por lo tanto, desconocía el lugar. Se me acercó un sujeto y me preguntó que a dónde iba, yo le dije la verdad: a la concentración. Me dijo que le pasara la mochila para revisarla, a lo que accedí sin oponerme y, también, me adelanté a decirle algunas de las cosas que había: alcohol para las manos, un poco de vinagre y un trapo. Leí que eso puede ayudar a respirar en caso de que alguien aventará gas, le expliqué eso. En cuanto terminé dijo “métanlo”.

Los antimotines se hicieron a un lado y un policía me sometió y me esposó detrás de ellos. Una muchacha se acercó y me dijo que le diera mi celular y la contraseña, le dije que se desbloqueaba con huella o patrón, lo acercó a mi mano y lo primero que estaba era el tuit que no acabé de redactar. Lo leyó y reaccionó agresiva para luego decir “va pa’ adentro”. Estaba solo, no veía a otro civil, sentí miedo, solo había policías. Uno amagó con darme un palazo y me dijo que me callará el hocico cuando dije que venía pacíficamente, lo cual era cierto.

Me metieron a la Fiscalía por la parte de atrás, lo que parece ser la Calle 12, y me ingresaron a un cuarto donde había aproximadamente diez civiles y otros más que se escuchaban en otro cuarto conjunto. Nos pusieron mirando la pared, de pie. Nos decían que si nos sentíamos muy machitos, que si a poco creíamos que se iban a quedar sin hacer nada. Luego llegó otro sujeto y, en tono más calmado, nos dijo que no nos iba a pasar nada, que no tuviéramos miedo, que solo cooperáramos y al final nos iban a pasar a un lugar para dictarnos nuestra situación jurídica. Más civiles seguían llegando.

Nos tomaron nuestros datos y yo di los míos: el que nada debe nada teme, aunque, paradójicamente, en ese momento sí temía por mi vida. A todas las personas nos quitaron nuestro celular y nos tomaron una foto. Nos dijeron que luego podíamos regresar por nuestros teléfonos (¿quién va a tener ganas de ir por un celular que probablemente esté intervenido o qué garantía tienes para regresar y que no te pase nada? Veremos).

Así estuvimos, no sé, una hora. Entró alguien y nos dio una plática diciendo que ellos también tenían familia y que querían estar tranquilos, que nos dejáramos de nuestras pendejadas, victimizándose. Nos dijeron que diéramos media vuelta porque nos iban a dejar ir. Nos regresaron nuestras mochilas, sin las cosas que para ellos podrían ser una amenaza. Sacaban de cinco en cinco. Luego vino otra incertidumbre a mi mente: no creo que nos suelten a la vuelta, no les conviene si lo que quieren es dispersar y quitar fuerza a la concentración. Nos sacaron del cuarto a mí y otros tres o cuatro, agachados para que no viéramos a nadie y nos subieron en una camioneta blanca, boca abajo. Un policía dijo que si cabían más y le respondieron que sí. Subieron a dos personas con sobre peso encima de los que íbamos boca abajo, quienes también eran detenidos y, obviamente, no tenían la culpa de que nos los echaran encima. Yo quedé justo en la parte donde están las llantas, iba arqueado, a penas con un pequeño hueco para poder respirar. No me equivoqué cuando me apareció esa incertidumbre minutos antes porque lo peor estaba por comenzar.

La camioneta arrancó. No sé cuantos nos iban custodiando, yo solo escuchaba a dos, quienes insistentes les decían a los de arriba que se agacharan más para que nadie se viera. El calor, como lo habrán sentido estos días, era infernal y, en esa situación, era desesperante. La persona que iba sobre nosotros en la parte del torso y cabeza, estaba al pendiente de los de abajo, hacía lo posible para darnos algún hueco más grande. Los tipos le dijeron que no se moviera, pero él, con movimientos discretos, nos daba aire. El camino parecía no terminar. La sensación de no ver nada y no saber hacia donde te llevan es horrible. Comencé a sentir que un muslo se me quemaba. Intenté levantar un poco con la misma pierna a la persona que estaba sobre nosotros en esa parte, sin lograr mucho. Estoy seguro que él también hubiera querido hacer algo, pero todos estábamos sin poder hacer nada. Hubo un momento en el que sentí que ya tenía una quemadura considerable. Fue cuando hablé y dije que sentía que la pierna se me quemaba. La respuesta fue burlona: “já, mientras logres aunque sea respirar, lo demás no me importa”.

El destino parecía no llegar. Hubo un momento en el que me sentí débil, pero algo provocaba que siguiera aguantando, lo que sí es que no encontré la manera de ayudar a mi pierna. Me resigné y enfoqué mi fuerza en poder respirar lo mejor posible porque el torso lo tenía también muy presionado. Luego se escuchó un camino de terracería y ahí vuelves a pensar lo peor: cuántas veces hemos leído sobre fosas o cuerpos que fueron encontrados muertos en caminos como ese. Miedo otra vez. La camioneta se detuvo y se escucharon más voces abajo. Se bajaron los que nos iban custodiando y abrieron la puerta o compuerta o esa cosa que no sé como se llama. Los que iban sobre nosotros hicieron movimientos para bajarse y fueron insultados, que hasta que ellos nos dijeran nos íbamos a bajar. Así estuvimos un par de minutos, jadeando: cuando la camioneta iba en movimiento, el aire fluía, pero detenida sentías que no respirabas nada. Luego, alguien dijo como si fuera un guion de alguna serie o película que nos bajáramos, que teníamos diez segundos para correr. Todos bajamos y comenzó a contar de manera regresiva. Pude ver de reojo como tres camionetas y gente armada. Fue la adrenalina lo que nos dio impulso porque aire no teníamos.

Las camionetas se fueron en sentido contrario hacia donde todos corrimos. Comenzamos a caminar y a agarrar aire. Nadie sabía dónde carajos estábamos. Me revisé la pierna y por suerte no era el tipo de quemadura que sentí. Nos encontramos a unos habitantes y parecían sorprendidos. Les preguntamos que dónde estábamos y balbucearon cosas que nadie entendió. No nos pudieron ayudar. Igual no los juzgo, seguro tenían miedo también. Seguimos caminando hasta que vimos el cerro del cuatro, nunca había visto tan cerca esas antenas. Llegamos a una avenida que no recuerdo cuál es y un señor nos dijo la manera para salir a periférico, después nos dispersamos. Éramos entre quince y veinte, aclarando que fuimos muchísimas más personas por lo que he visto y leído. Lo que no sé es si a todas las personas nos dejaban en ese punto.

Tomé un camión rumbo al Tren Ligero y ya estando ahí, el tren no arrancaba. Ya eran ocho y media. Yo le dije a mi hermano que si no llegaba antes de las nueve era porque probablemente pasó algo. Quería llegar a tiempo para no preocuparlo. Salí, tomé un taxi y al llegar a la zona donde está la fiscalía (porque ese es el camino para llegar más rápido) estaban desviando a los carros. El taxista se desvió, hizo una “u” para retomar Federalismo, que parecía estar ya abierto, pero tres cuadras después de nuevo estaba cerrada. Me dijo: sabes qué, dame la mitad y agarras el tren que parece estar circulando. Me dejó frente a una camioneta de la policía estatal, con muchos elementos alrededor. Yo no le conté nada al taxista de lo que me había pasado y menos se lo iba a contar en ese momento, era una persona muy mayor y temía que reaccionara con miedo. Le dije que al menos me dejara unas cuadras adelante y él me respondió que para qué, si la estación estaba atrás. Me armé de valor, me bajé y me hice el disimulado. Afortunadamente no pasó nada. Me parece relevante comentar que en ese cuadrante el alumbrado público parecía cortado en algunas partes. Me subí al tren y, al fin, llegué a casa después de las nueve. Mi hermano ya estaba al tiro, hablando con gente que pudiera saber algo.

Quizá algunas personas pensarán: “si viste lo que sucedió el jueves, ¿para qué vas? Tú te lo buscas”. Pues precisamente por esto fui, porque hay personas que son privadas de su libertad injustamente o te terminan matando por cualquier nimiedad. No todas las personas van por tendencias partidistas o porque quieran quemar policías. La enorme mayoría van porque quieren un cambio, quieren mejores acciones, quieren ser escuchados y escuchadas para lograr un mejor mundo, a estas personas nadie las acarrea. Lo que me pasó no se compara con otras atrocidades que suceden a diario, pero esta experiencia me hizo empatizar todavía más con estas violaciones a nuestros derechos, a nuestra seguridad.

Ya no siento miedo. Me siento apoyado por mi familia y por muchos de ustedes: amigos, amigas, maestros, maestras, profesionales del periodismo y personas comprometidas con el cambio social. Todo lo que pasó ayer y antier fue una brutalidad, un abuso. Llevamos decenas de años donde cosas como estas quedan impunes. Merecemos sentirnos seguros. Merecemos ir hacia adelante. No se sientan intocables ni se tomen a la ligera el hecho de que mañana ustedes puedan experimentar una injusticia. Ojalá no. Pero si pasa, haremos algo, denlo por hecho. Cuídense mucho. Cuidémonos y apoyémonos entre todas y todos, solo así podemos hacer algo significativo.

Muchas gracias por leer."

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