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Lunes, 05 Mayo 2014 09:27

“En el nombre de Dios”, violó, golpeó, humilló… En lo terrenal, se refugió en el silencio de las autoridades Destacado

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“Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántes veces lo tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: ‘no te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’”, era el pasaje bíblico del evangelio de San Mateo con el que el pastor justificaba los azotes a su esposa e hijas. Foto AP

 

Por casi 30 años, Laura recibió puñetazos y patadas todos los días. Su esposo, un pastor de la Iglesia cristiana, hablaba del perdón y al mismo tiempo la golpeaba; abusó sexualmente de las cuatro hijas que ambos procrearon.

Idiota era la palabra preferida de Zeferino. Utilizaba el “idiota” como si fuese sal para la comida: la empleaba cada vez que, con un palo ancho de madera, le daba los mismos azotes que Cristo recibió –40 menos uno, según la Biblia– a su esposa Ana Laura, durante 27 años. Salía de su boca si alguna de sus cuatro hijas se tomaba su leche, su fruta o cualquier comida que era de él. Nunca la empleó en los más de 10 años en los que abusó sexualmente de tres de las cuatro hijas que procreó con su mujer. Y todo lo hizo, con el aval de Dios.

Ana Laura vivió casi tres décadas con el diablo, con la imagen pura del ángel que desafió al creador. Zeferino se convirtió en un dios tirano para ella, para sus hijas, para sus vidas. No había día en que los puños de él no se estrellaran en el rostro, en el abdomen, en cualquier parte de sus cuerpos.

Cada vez que lo hacía, a Zeferino le llegaba el remordimiento. Pedía perdón como loco. Las mujeres a las que él golpeaba y abusaba, terminaban de rodillas ante él. “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántes veces lo tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: ‘no te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’”, era el pasaje bíblico del evangelio de San Mateo con el que el pastor hacía válidos sus puñetazos.

Hace tres años apenas, Laura rompió las cadenas que la mantenían atada al hombre que una vez fue amable, respetuoso y amoroso. Esas virtudes sólo le duraron a Zeferino ocho días. Después de haber jurado ante el altar, amar y proteger a Laura hasta que la muerte los separara, una semana más tarde ya le estaba propinando la primera de miles de golpizas que vendrían en los años siguientes.

La violencia hacia Ana Laura fue replicada a las cuatro hijas de ambos. De los golpes y las palabras idiotizantes, Zeferino pasó al abuso. Primero con la más grande, luego con las dos de en medio y, finalmente, con la más chica, una niña que no llega ni a los 15 años y que ha perdido la noción de la realidad: ella ama a su padre. Su amor hacia él no es como al de un papá. En verdad lo quiere como un novio. Está enamorada.

En 2002, Ana Luisa, la hija mayor, lanzó el grito que siempre se tragó. Tan fuerte gritó, que el sonido se materializó en una denuncia ante la entonces Procuraduría General de Justicia del Estado de Jalisco (PGJEJ) y el sistema DIF estatal.

En la Procuraduría, la denuncia desapareció. El DIF Jalisco optó por una conciliación. La decepción llevó a la madre y las hijas a resignarse. El padre las amenazaba, las golpeaba, las violaba. Las autoridades se lavaron las manos. Dios las había abandonado.

Ana Laura, la madre

Laura conoció a Zeferino en la Iglesia cristiana durante la década de los ochenta. El flechazo se dio en el templo Betania, en la colonia Oblatos, en Guadalajara. Ella tenía 19 años. Él 21. Los dos apenas se habían convertido a aquella doctrina religiosa. Ella dice que en casa de sus padres nunca vio que su papá le pusiera la mano encima a su mamá. A lo mucho, los adultos se encerraban, gritaban, se calmaban y salían contentos del cuarto. Nunca hubo un aspavientos frente a los hijos.

Una semana después de que Ana Laura y Zeferino se casaron en 1984, él le dijo que se fuera olvidando de sus padres porque ahora era suya. La advertencia vino junto con el primer madrazo.

En 2013, Ana Laura escribió su historia en cinco hojas tamaño carta que le fueron otorgadas a su abogado, quien presentó ese año la cuarta denuncia penal contra Zeferino. La primera se había presentado en la antigua Procuraduría estatal, con el número 15550/02. A esa le siguió, en 2011, la 4426/2011. La tercera, de 2012, recibió el número 2793/2012. La última se presentó hace un año, es la 1605/213, a punto de concluir.

“Cuando las niñas nacieron, me pegaba si tenían tos, si se enfermaban, me jalaba los cabellos, me daba coscorrones y me pateaba la espinilla y me daba golpes con el puño cerrado en la espalda, en las piernas, me hacía bolas y moretes donde me pegaba”, escribió Ana Laura el año pasado.

IDIOTA. La palabra fue escrita en mayúsculas por Ana Laura. Relató que era la palabra favorita de su esposo. La usaba contra ella y “las perrillas” –así se refería él a sus hijas– aun cuando desde 1997 se había hecho un pastor cristiano y predicaba con la palabra del evangelio.

“Fue peor, siguió golpeando por todo, empezó a adulterar con las jóvenes de la iglesia y siempre usaba el nombre de Dios para negar todo. Lloraba y decía que era inocente, pero seguía pegándonos”, continuó Ana Laura en su relato.

Un día de aquel pasado, Zeferino encontró un palo. Un metro de largo, cinco centímetros de ancho. El arma divina perfecta. Si a alguna de las niñas se le ocurría esconder el objeto, la jalaba del cabello hasta que lo sacara del escondite. Y luego, los palazos.

Cuando los padres de Ana Laura quisieron rescatar a su hija, también les tocó la ira del pastor. Al papá le dio una golpiza tal, como para que no se le ocurriera volverse a parar en aquella casa.

Los años pasaron. Ana María, la segunda hija, soñaba que su papá mataba a su mamá. Ana Laura, la tercera, se comía las uñas hasta sangrar. Ana Isabel, la última de las hijas, fue convencida por su padre para que se fuera por él hace tres años, cuando Ana Laura decidió cortar toda relación con su verdugo.

“Yo nunca pude imaginar que un padre pudiera violar a sus hijos, una vez le dije que porqué lo había hecho y me pegó en la cara, me pateó y me dijo que no era un perro. Me obligó a pedirle perdón por lo que le había dicho, siempre me obligaba a hacerlo de rodillas”, se lee en las últimas hojas escritas por Ana Laura.

Al final de aquellas hojas de papel sueltas, su escritura ha cambiado: su letra se inclina, los tachones se hacen presentes; coraje, resentimiento afloran en esa catarsis que ha salido de su puño y letra.

Ana Luisa, la mayor

Ana Luisa ronda hoy los 30 años. Conoció la violencia desde el vientre materno. Fue la primera hija de Laura y Zeferino. Nació un año después que ellos se casaron y que él utilizó los nudillos como “castigo” hacia su mujer.

El 25 de junio de 2002 Ana Luisa entregó dos hojas escritas al Concilio Nacional de las Asambleas de Dios, distrito Occidente. “Por voluntad y decisión propia he determinado esclarecer y sacar a la luz un asunto familiar extremadamente doloroso, vergonzoso y humillante”, así empezó su carta.

Ana Luisa narró que desde los seis años recibía agresiones y abusos sexuales por parte de su padre. En la primera vez, su madre le había dicho que le pidiera dinero a su padre para comprar unas cosas. La niña fue al cuarto, le pidió el billete y él, a cambio, le exigió un beso en la boca. Así pasaron varias veces hasta que Zeferino le metía la lengua en cada beso.

“Después de esto, en repetidas ocasiones y durante un periodo de aproximadamente dos meses iba y me llevaba a su cama. Me empezaba a tocar mis genitales, mis senos, y en una ocasión me dijo que iba a sentir un dolor, pero que pasaría rápidamente y después no me dolería más, de esa manera fui penetrada”, añadió la mayor.

José Luis Alejandre Ayala, entonces procurador de la Defensa del Menor y la Familia, dependiente del DIF Jalisco, presentó la denuncia de hechos en agravio de la menor de edad, por los delitos de violación, incesto y maltrato al menor. Cuando la denuncia fue presentada, Ana Luisa tenía 17 años de edad y más de 10 de abuso sexual.

En el oficio 638/2002, el Ministerio Público pidió al Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses (IJCF) que examinara a Ana Luisa y determinara si era púber o impúber, su edad clínica, si estaba desaflorada, si presentaba huellas de coito anal y vaginal, si tenía signos de enfermedades venéreas, entre otras cosas.

En su declaración, Ana Luisa refirió a las autoridades que sus hermanas Ana María y Ana Isabel también eran abusadas por el hombre de Dios. Las dos niñas negaron aquella vez todo; tenían miedo.

12 años después, Ana Laura y Ana Isabel, explican en un café del Centro de Guadalajara, que la denuncia presentada por la hija mayor nunca prosperó. Ana Laura asegura que en esos años, el Zeferino cristiano tenía amigos, de la misma iglesia, que trabajaban en la Procuraduría General del Estado de Jalisco, quienes se encargaron de desaparecer el caso.

El DIF, añade Ana Laura, propuso una conciliación entre Zeferino, ella y sus hijas. El hombre había llorado ante su familia que, de ser encarcelado, “le iban a meter un palo por atrás”. Decía que Ana Luisa era una mentirosa e imploró perdón, como para que el sistema DIF intercediera por él, algo que no hizo la iglesia cristiana que le retiró la licencia para continuar ejerciendo el culto.

“Tiene que perdonarlo, es el padre de sus hijas, mire a sus hijas, que no ve como él sufre, fírmele aquí”, le dijo un burócrata del DIF a Ana Laura hace más de una década.

La versión coincide con la que en septiembre de 2013 ofreció Adriana Arreola Dueñas, quien entonces se desempeñaba como directora de la Unidad de Investigación ante Delitos de Trata de Personas, Mujeres, Menores y Delitos Sexuales de la Fiscalía General del Estado.

“En el DIF, anteriormente, hace más de 10 años, quitaban niños, se lo daban a un padre y no al otro, hacían cosas completamente irracionales, fuera de todo contexto jurídico. Así pasó con eso, puede que haya habido una conciliación del DIF, la cual no aparece en los números que tenemos”, dijo la ex funcionaria.

En la FGE sólo existen tres denuncias. La primera, de 2002, no aparece, según dijo el año pasado Arreola Dueñas. Atribuyó a que el caso pudo haber desaparecido por el hecho de que las víctimas estaban tan afectadas que se habían desistido de denunciar a Zeferino.

La burocracia fue un factor clave en el desestimiento de las víctimas para denunciar. De acuerdo con Arreola, el 100% de las personas que denuncia violencia intrafamiliar sale positivo en los dictámenes hechos por el IJCF. Y un 80% de víctimas por tal delito, desiste a denunciar por temor y porque las autoridades tardan hasta seis meses en elaborar un dictamen psicológico.

En 2002, la conciliación lograda por el DIF llevó a Ana Luisa a tomar una decisión: irse de casa. Ella nunca aceptó el acuerdo hecho por la institución. Por más de 10 años no tuvo ninguna comunicación con su madre y sus hermanas sino hasta hace dos años.

Ana María y Ana Isabel, las de en medio

“Mi papá abusó de mí. Yo creí que eso era normal, que eso hacían todos los padres con sus hijas como una demostración de amor. Esto comenzó cuando yo tenía como cuatro o cinco años de edad”, escribió en 2013 Ana María, la segunda hija, que hoy debe tener unos 28 años de edad.

“Me decía: ‘ven, déjame te apapacho un ratito’. Me empezaba a tocar y me ponía de lado y me repegaba su pene y me lo ponía en medio de las piernas y después de un rato se empezaba a sentir mojado y me secaba con su sábana”, agregó.

Zeferino aprovechaba que Ana Laura trabajaba por las noches. Era el momento perfecto en que escogía entre las tres hijas que tenía. Ana Isabel se hacía la dormida como estrategia para que su padre la dejara en paz. A los 10, ella empezó a reshusarse a los caprichos del pastor.

“En una ocasión me cargó a su cuarto y me empezó a practicar sexo oral, yo me sentía muy mal, pero no le dije nada, no sabía cómo reaccionar y después de un rato me dijo que me fuera a la cama. Yo me fui toda sacada de onda, nunca me había hecho eso”, según las palabras de la chica.

Idiota, le decía Zeferino a ella y sus hermanas. Y cada que él se enojaba con ellas, las azotaba con el palo de madera. Ya sabían cuántos les tocaba: 40 menos un azotes, los mismos que recibió Cristo antes de ser crucificado.

“¿De quién son estas pompitas?”, les preguntaba Zeferino. “Tuyas, papi”, era lo que ellas tenían que contestar para salvarse de los golpes.

Ana Isabel, quien hoy tiene apenas 23 años, recibió en alguna ocasión 10 palazos por cada uña que se había pintado cuando era una niña. A los 5 años, Zeferino la penetró por detrás.

“En otra ocasión fuimos al mar y en el baño me violó. Ese día me lastimó muchísimo, me agarró parada y me abrazó y me puso de espaldas. Me lastimó y duré una semana o pasado una semana, porque me dolía al sentarme. Yo nunca dije nada porque pensaba que él hacía eso porque me quería. Recuerdo siempre que sábados y domingos él me violaba. Lo recuerdo porque prendía la tele y me violaba mientras veía el fútbol. Yo casi siempre me quedaba dormida”, escribió Ana Isabel.

Los testimonios de las dos hermanas fueron integrados a las averiguaciones de 2011 y 2012. Para las autoridades, el delito ya había prescrito. “En 2011 denunciaron ellas, pero ya habían pasado 15 años, no podíamos hacer nada después de tanto tiempo puesto que los delitos prescriben”, dijo Adriana Arreola en septiembre del año pasado.

La defensa de las mujeres asegura que la prescripción del delito en este caso es un argumento flojo de las autoridades, puesto que existe un daño irreversible en sus clientes.

Ana, la más chica

Tres denuncias, cinco abogados. ¿Por qué una cuarta denuncia contra Zeferino habría de prosperar? Mero acto de fe.

En 2011, cuando Ana Laura puso un alto a Zeferino, él accedió a irse de la casa, pero con la hija más pequeña, Ana, que hoy tiene 14 años de edad. El pastor convenció a la niña para que se fuera con él. “Voy a venir a visitarte”, le dijo Ana a su madre cuando se despidieron.

El asunto se hizo más grave cuando el padre se dio cuenta que su esposa y sus otras dos hijas visitaban a escondidas a Ana en su secundaria. El pastor incluso amenazó los directivos del plantel y optó por llevarse a la niña a casa, sin dejarla que tuviera contacto con su madre y sus hermanas. El año pasado, la esposa logró que las autoridades le entregaran a la menor.

En 2013 se abrió la averiguación previa 1605/2013 contra Zeferino, por los delitos de violencia intrafamiliar y violación cometido hacia sus hijas Ana María, Ana Isabel y Ana.

Los dictámenes hechos a la hija más pequeña fueron decisivos para que un juez penal ordenara, a finales de abril pasado, la detención de Zeferino.

En el dictamen ginecológico IJCF/03624/2013/12 CE/DS/07, elaborado en septiembre de 2013 por el Departamento de Medicina Legal de Delitos Sexuales del IJCF, los peritos concluyeron que la menor de edad había sido abusada sexualmente.

“Es púber. Su edad es entre los 12 y los 14 años de edad, estando más próxima la primera que la segunda. Que sí se encuentra desaflorada, siendo dicha desfloración antigua de una evolución aproximada de más de ocho días (…) Que sí presenta huellas de coito anal antiguas de más de ocho días de evolución”, según el documento.

La niña declaró en octubre del año pasado dentro de la averiguación previa 1605/2013. Relató que la primera vez que su padre la había penetrado había sido en noviembre de 2012 y que la última había sido en junio de 2013.

“De pronto sentí que metió algo por mi colita, yo sabía que lo que estaba metiendo a mi colita era su pene, yo no le decía nada a mi papá porque aunque sí me dolió poquito cuando me metió su pene a mi colita, yo sentía bonito en el cuerpo, me sentía querida por mi papá (…) yo sentía que lo que me hacía mi papá es porque me quería mucho. Mi papá fue la primera persona con la que tuve relaciones sexuales”, declaró la hija más chica.

Antes que concluyera abril, Zeferino había recibido el auto de formal prisión. Sólo espera que le dicten una sentencia. Y falta que el Juzgado Segundo de lo Familiar resuelva la custodia de Ana, dentro del expediente 589/2013.

Golpear, abusar, perdonar… setenta

Ana Laura y Ana Isabel son puntuales. Ni un minuto más ni un minuto menos y han llegado al lugar donde hemos acordado para platicar de su caso. Sus uniformes lucen impecables a pesar de que han terminado su jornada laboral. Relatan de nuevo la historia con algunos detalles más.

–Habrá quien lea esto y piense, ‘pero por qué no desde el primer golpe no decidió dejar al esposo’. ¿Qué le dirías tú, Ana Laura a quienes creen que es tan sencillo hacerlo?

–Que no es fácil. Los primeros años, cuando uno se casa, piensa uno que es para siempre. Lo cree uno al 100%, se cree uno esa idea de que es para toda la vida, en la escasez, en la enfermedad, como lo dice el sacerdote. Pesaba mucho ese juramento que le hice a Dios, pesó mucho. Él además amenazaba con que iba a llevárselas, a secuestrarlas, a mí me daba mucho miedo, yo pensaba que sí se las iba a robar. No es algo fácil como la gente cree, psicológicamente no está uno bien. Cuando uno vive una violencia así, no es uno capaz ni de tomar las decisiones más mínimas, son cadenas invisibles que ahí están–, responde la madre.

Ana Isabel toma un sorbo de un jugo de naranja y elige la palabra correcta para definir la situación: una burbuja.

Su madre continúa: “llega un momento en que uno se resigna, yo pensaba que no podía dejarlas solas, y aun así, no me imaginaba lo que él estaba haciendo, no me cabe aún que él estaba abusando de ellas”.

Madre e hija lloran al recordar cada capítulo que narran. La primera denuncia, el DIF, los azotes, la PGJE, los palazos por cada uña, los golpes por cada vez que se comían algo que él tenía para él en el refrigerador, el que no las dejaba ni hablar entre ellas dentro de la casa, el abuso, los pensamientos suicidas que rondaron en la cabeza de Ana Isabel, la manipulación de Zeferino, la facilidad de palabra que tiene él para liderar a un grupo de personas…

“De verdad que el diablo lo utilizó. Es algo fuera de la realidad su comportamiento porque tiene una facilidad para manipular, de verdad hubiera podido hacer algo grande, pero el enemigo lo usó”, añade Ana Laura.

–Él siempre hablaba del perdón. ¿creen que podrán perdonarlo?–se les pregunta.

Ana Laura dice que Zeferino le robó la vida: momentos con sus hijas, momentos de alegría, momentos de gozo que fueron opacados por la violencia. Aun así, ella asegura lo ha perdonado.

Ana Isabel llora. Una tristeza la ahoga: “A pesar de todo, espero que un día nos llame y esté arrepentido por todo y que nos pida perdón, siempre va a ser mi papá”, expresa.

La chica que fue abusada por su padre comenta que lo perdona, pero ahora está consciente: “tiene que pagar”.

 

Mauricio Ferrer, La Jornada Jalisco

 

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