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Lunes, 29 Abril 2013 21:06

Niño, clave en muerte masiva Destacado

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HALLAZGO. Los cuerpos de la familia Ponce Ferreira fueron encontrados inertes en su casa, tras ser envenenados . (Foto: RAÚL TINOCO EL UNIVERSAL )

En un pueblo pequeño como Ziracuaretiro la noticia de la muerte masiva de una familia entera altera la rutina de todos los vecinos que se aprestan a enterrar y especular el motivo de la tragedia.

 

La mañana del 25 de abril en la casa de la familia Ponce Ferreira el gallo cantó antes de las cinco de la mañana, como todos los días y los muchachos Humberto y Luis Ángel se levantaron con el alba esperando su turno para el baño.

Don Humberto y su esposa María Elena, padres de los muchachos, ya tenían rato de haber empezado el día y se habían levantado de madrugada a ordeñar a sus vacas.

El único que permanecía entre las cobijas era Andrés Alejandro, el más chico de la familia, que no atinaba a abrir los ojos y prepararse para ir a la escuela.

Era un jueves caluroso y raro, sin viento. Todos debían ir a la escuela o el trabajo, pero algo de última hora no embonó. Antes de las 12 del día y sin explicación aparente los cuerpos de Humberto, Luis Ángel, Don Humberto y María Elena yacían inertes esparcidos por la casa y el granero.

El único que no corrió esa suerte fue Andrés Alejandro, de 13 años de edad, que ese día debió ir a la secundaria Vasco de Quiroga, cercana a su casa —a menos de un kilómetro— pero que nunca llegó.

La huerta de aguacates El Pinal es una olla verde, repleta de vegetación y moscos. De las tres hectáreas del terreno, una cuarta pertenecía al matrimonio de Don Humberto y María Elena, que encontraron en el cuidado de la tierra y la ordeña de sus vacas la manera de darles a sus hijos un futuro.

La vivienda de tres piezas de tabicón gris era suficiente para aquella familia en la que doña María Elena, la única mujer, trataba de cooperar con la casa vendiendo leche y quesos, mientras que Don Humberto y los hijos mayores cuidaban de la huerta de aguacates.

Luis Ángel y Humberto, de 18 y 21 años, respectivamente, eran los hermanos mayores de Andrés, un muchacho robusto —como sus parientes—, que a decir de sus vecinos se llevaban bien y eran una familia unida, que se querían entre sí.

Nadie se explica entonces cómo es que Andrés se asomó a la casa de su tío Filogonio y sólo balbuceó que se iba a Morelia porque su familia, toda, estaba muerta y ya no tenía nada que hacer ahí.

Su tío Filogonio no alcanzó a detener al muchacho que llorando se echó a correr y trepó a una camioneta negra conducida por una mujer que nadie identifica. Don Filogonio corrió a la casa de su hermano Humberto sólo para encontrar, como había anunciado el muchacho, la muerte por todos lados.

En la cocina estaba su cuñada María Elena, tirada; en el cuarto de dos camas, su sobrino Luis Ángel; afuera, de bruces, yacía otro sobrino, Humberto, y su hermano, con un rictus de desesperación en la cara.

El viejo de 63 años de edad dio aviso a las autoridades y después de eso todo fue un mar de preguntas sin respuestas. En la autopsia que le entregaron en el Semefo de Uruapan se lee que sus familiares murieron por envenenamiento causado por una fuerte dosis de fumigante para plantas, ingerido.

También dice que los cuerpos no presentan ningún tipo de golpe o violencia física que haga pensar en un ataque, forcejeo o tortura.

La policía ministerial de Uruapan, en un primer momento, pensó que se trataba de un suicidio colectivo, un asalto, un acto criminal, pero las circunstancias obligan a pensar que no había motivo para ello.

En el interior de la casa no falta ni un solo objeto de valor. La televisión de pantalla plana, con cable integrado, está sobre el mismo ropero, mientras que la camioneta Tracker —que principalmente utilizaban los muchachos— permanece estacionada en la entrada de la vivienda con discos pirata en el tablero y 50 pesos de cambio.

Don Filogonio tuvo que reportar a la policía, con un hueco en el estómago, que su sobrino Andrés Alejandro desapareció desde ese día.

El jovencito es para todos la clave del misterio de esta muerte masiva en la que una familia entera dejó abandonados sus anhelos de construir otro piso a la vivienda, poner azulejo en toda la casa, y con suerte, construir otros dos cuartos en donde los hijos tendrían sus familias y quizá, muchos nietos.

 

El Universal

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