Sin embargo, como acaban de poner de manifiesto un grupo de recientes estudios, hay algo que podemos afirmar con toda seguridad sin miedo a equivocarnos, y es que comer por la noche en abundancia está relacionado de manera inequívoca con la producción de grasa, el sobrepeso y la obesidad, algo que ocurre en todos los individuos estudiados.
El primero de estos trabajos, publicado este mismo mes, señala la influencia de la alimentación durante las últimas horas del día en el peso de las mujeres. Los investigadores japoneses que han realizado el estudio señalan que el principal problema con estos hábitos alimenticios es que alteran nuestro metabolismo. ¿De qué manera? Haciendo que la oxidación de la grasa se produzca más lentamente. Con este nombre se conoce al proceso que nos permite obtener energía metabólica a través de los ácidos grasos. Comer por la noche provoca que este proceso se realice de manera más lenta, por lo que las grasas no se metabolizan y se almacenan en la cintura y de lipoproteínas de baja densidad o LDL, el conocido popularmente como “colesterol malo”.
El método utilizado en dicho estudio fue el de dividir a las 11 mujeres participantes en el mismo en dos grupos. Los dos consumieron una barrita de 210 calorías, con la diferencia de que uno de ellos lo hizo a las 10 de la mañana y el otro a las 11 de la noche, una costumbre alimenticia que se prolongó durante 13 días. A pesar de que la salud inicial de ambos grupos de mujeres era semejante, las consecuencias de su alimentación pasado ese período de tiempo eran muy diferentes: las que habían comido el alimento durante la mañana no habían visto alterado su metabolismo, pero las que lo habían hecho a la noche, oxidaron la grasa mucho más lentamente aumentando el riesgo de obesidad.
Una costumbre frecuente
Otro estudio realizado por miembros de la Escuela Feinberg de Medicina en la Universidad del Noroeste en Chicago y que será publicado en el número de enero de Appetite ha dado una vuelta de tuerca más conductual a dicha investigación. La conclusión a la que llegaron es que “comer por la noche o antes de dormir puede predisponer a la gente a ganar peso a través de un mayor número de calorías”. En este caso, el énfasis se realiza en el momento en que uno ingiere los alimentos y no tanto a la hora en que se acuesta. La explicación es la siguiente: aquellos que se acuestan más tarde y comen durante ese período de tiempo tienden, al mismo tiempo, a ingerir alimentos más cargados de grasas y carbohidratos.
Lo que influye, en este caso, no es tanto la hora de acostarse como la de alimentación. “Consumir calorías por la noche, en concreto consumir más proteínas durante las cuatro horas previas a meterse en la cama, está asociado con un mayor índice de masa corporal y un mayor consumo de calorías, de manera independiente de las variables demográficas y de sueño”, señalan las conclusiones del estudio. “Por lo tanto, aquellos que comen tarde, independientemente de sus hábitos de sueño, pueden haber ganado peso a través de un mayor consumo de calorías”.
Tanto niños como adultos
El último de los estudios presentados, realizado por profesores de la Universidad de Pensilvania y publicado en el International Journal of Behavioral Nutrition and Physical Activity señala la influencia que tiene comer en las últimas horas del día en la obesidad infantil. Puesto que el grupo de investigadores pertenece a la universidad americana, se centra en los problemas de peso que suelen afectar a los niños de Estados Unidos. Los médicos comprobaron que, como sospechaban, comer más allá de las cuatro de la tarde –recordemos que los estadounidenses se acuestan mucho antes que nosotros– tiene unos efectos importantes en la grasa generada.
El estudio señalaba que las variaciones circadianas (es decir, las relacionadas con los ritmos biológicos) en la ingesta de energía puede ser un factor importante en las dietas a modificar para prevenir la obesidad infantil. Esto se traduce en que, por lo general, los datos señalaban que aquellos que realizaban las comidas más fuertes durante la noche eran al mismo tiempo los que consumían a lo largo del día más calorías, mientras que los que realizaban su mayor consumo de calorías por la mañana, tomaban un menor número de alimentos energéticos en total. Con una salvedad: los adolescentes más obesos eran los que consumían menos grasas durante las últimas horas del día, cambiando de costumbres a partir de la pubertad.
Otras consecuencias negativas
Adelgazar no debería ser la única razón que nos llevase a tener cuidado con las copiosas comidas nocturnas. Como muchos habrán comprobado en su propia piel, las cenas abundantes y pesadas pueden provocar insomnio, además de la acumulación de grasa abdominal anteriormente citada. Esto se produce porque al no quemar las grasas ingeridas, los nutrientes se almacenan, mientras que las digestiones se ralentizan y se hacen más pesadas. Por ello, es conveniente, como bien señala la sabiduría popular, dejar pasar como mínimo un par de horas entre la cena y el sueño, si es posible. Además, el aporte calórico de la última de las comidas del día no debería ser superior al 20% del total del día. Como indica el refrán, deberíamos “desayunar como reyes, comer como príncipes y cenar como pobres”.