Durante las últimas décadas del pasado siglo, muchas historias de ciencia ficción ambientadas en un futuro cercano imaginaban los cielos de nuestras ciudades convertidos en una especie de autopistas surcadas por miles de coches voladores. Uno de los vehículos que más contribuyeron a alimentar esta leyenda fue el AVE Mizar, el primer coche que levantó el vuelo y cuya trágica y desconocida historia nos cuenta el blog «Hoja de Router».
Todo ocurrió el 11 de septiembre de 1973, cuando los ingenieros aeronáuticos Harry A. Smolinsky y Harold Blake realizaban un vuelo de pruebas con el coche volador que ellos mismos habían diseñado.
Smolinsky y Blake habían fundado en 1971 la empresa Advanced Vehicle Engineers, con el objetivo de diseñar y construir el primer coche volador de la historia. Como punto de partida, tomaron un Ford Pinto y las alas y la parte trasera del fuselaje de una Cessna Skymaster, que unieron al techo y al maletero del automóvil.
En ensamblar este peculiar híbrido y adaptar los controles para que funcionara como coche y avión, estos dos ingenieros emplearon alrededor de dos millones de dólares de la época. A cambio de esta inversión, el AVE Mizar debía alcanzar una velocidad de crucero de 130 kilómetros por hora y elevarse más de 3.650 metros.
Apenas dos años después de ser concebido, el “Flying Pinto” realizó su primer vuelo de prueba. A pesar sufrir un fallo en el ala derecha, que obligó al piloto a aterrizar en un campo de judías, el experimento se consideró un éxito. Pronto, Smolinsky y Blake alcanzaron un acuerdo con Galpin Ford para que distribuyera el AVE Mizar, que se vendería al «asequible» precio de 15.000 dólares.
Todo parecía ir sobre ruedas, hasta que llegó el fatídico 11 de septiembre de 1973. Ese día, el piloto habitual de este revolucionario vehículo no pudo acudir a uno de los vuelos de prueba que se efectuaban en el aeropuerto del condado de Ventura, por lo que sus creadores decidieron pilotarlo ellos mismos.
Apenas un par de minutos después del despegue, desde la torre de control se divisó una espesa columna de humo negro. El ala derecha se había desprendido del aparato y este había caído sobre una camioneta, prendiéndose fuego. Los dos ingenieros fallecieron en el accidente.
La investigación posterior determinó que el vehículo era demasiado pesado y tenía graves fallos de diseño, sobre todo en la unión entre las alas y el coche. A ello se unía el hecho de que la carrocería del Ford Pinto era muy débil y se deformaba con las colisiones, lo que provocaba que las puertas se bloquearan y lo convertía en una trampa mortal en caso de incendio.
Desgraciadamente, la muerte de Smolinsky y Blake supuso el fin del desarrollo del AVE Mizar e impidió que los coches voladores sean hoy una realidad.