El desenfadado encuentro tenía como objetivo utilizar la conversación como fuente para el libro que posteriormente publicarían los dos empresarios tecnológicos, publicado bajo el nombre de El futuro digital (Anaya Multimedia), y que, en opinión del australiano, tergiversó lo hablado. Por eso, Assange ha decidido ofrecer su propia versión de los hechos en Cuando Google encontró a Wikileaks (Clave Intelectual), en el que reproduce la conversación completa y sitúa en perspectiva el encuentro en el que, como descubriría más tarde, había invitado a una cuantiosa cantidad de personas relacionadas con el Departamento de Estado americano. El enemigo en casa, en definitiva, aunque él no lo supiese.
Con motivo de la presentación del libro, este miércoles se ha realizado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid un encuentro de la prensa española y argentina con Assange desde su residencia en la Embajada de Ecuador, donde se halla refugiado desde la primavera de 2012, y en el que ha participado El Confidencial junto a otros medios españoles y latinoamericanos. “Google colaboraba activamente con PRISM, el programa semiautomatizado que denunció Edward Snowden y que volcaba información a la NSA y al FBI”, ha recordado. “A nivel estructural, Google opera como una agencia de seguridad nacional. Pone un cebo para que los usuarios usen sus servicios, y así recoge información sobre ellos, dónde están, qué están buscando, y forman perfiles”.
“A partir de ellos, pueden predecir comportamientos y gustos, y también filtrar información al Gobierno de Estados Unidos”, recuerda en alusión al escándalo de escuchas desvelado por Snowden. En el libro traza los vínculos entre los grupos políticos americanos y Google, que se ha convertido en el lobby más potente del mundo, incluso por encima de las empresas armamentísticas. Una relación que define el nuevo poder mundial en el que incluso los gigantes de las finanzas han perdido gran parte de su relevancia y que se puede remontar hasta el año 2002 o incluso antes. Assange no tiene ninguna duda: “Mucha gente que ha trabajado con Google ha trabajado también con Hillary Clinton, y no hay duda de que la empresa va a jugar un papel importante en las elecciones de 2016”.
Así es el poder en el siglo XXI
El diálogo entre Schmidt, Cohen y Assange es, tres años después, una confrontación subterránea sobre el poder y el acceso a la información, si es que acaso son dos cosas distintas. Se trata de una colisión de grandes ideólogos: Assange ha abierto las puertas a las filtraciones con Wikileaks, Schmidt es presidente de la New American Foundation, http://www.newamerica.org/ uno de los think tanks liberales más importantes de Washington, y Cohen trabajó como consejero de Condoleeza Rice o Hillary Clinton. Lo que en el libro parece una charla amistosa se trata, en realidad, de un debate sobre el monopolio del poder y las rebeliones posibles ante este. No se trata ni siquiera de visiones contrapuestas, aunque sí de intereses: las cabezas visibles de Google y Wikileaks se encuentran de acuerdo en muchas cosas, menos en la utilidad que los seres humanos pueden dar a esa nueva tecnología.
“La civilización humana está construida a partir de la documentación que tenemos sobre nuestra historia, por lo que tenemos que intentar que esta documentación sea lo más amplia posible, fácilmente consultable y resistente a la censura”, explica Assange en el epílogo del libro, poniendo de manifiesto que en el mundo altamente tecnificado del siglo XXI, la lucha se encuentra en la red y cómo esta visualiza u oculta la información. Wikileaks y su organización se cuela entre los huecos del sistema, como explica con candor en su encuentro son Schmidt que, por su parte, llega a manifestar su “apoyo total” a Wikileaks durante el encuentro.
“Ellos mismos se ven como actores de lo que se entiende como el poder fuerte”, es decir, el político y el económico, explica Assange. Este recuerda que Schmidt señaló que “la tecnología y la ciberseguridad son al siglo XXI lo que la empresa de armamento Lockheed Martin fue al siglo XX”. “También está el poder blando, que tiene que ver con las leyes que rigen cómo las personas se relacionan entre sí y qué información se permite difundir y cuál se oculta. Google es más poderoso que lo que la Iglesia nunca fue”. ¿Por qué? Por la centralización de su estructura que ha propiciado la globalización tecnológica: “Incluso en su momento de máxima potencia, el Vaticano se estructuraba a partir de franquicias locales, sus obispos y sus curas, que no hacían tan fácil que el centro controlase la periferia, lo que provocaba que todo tuviese que filtrarse a través de diferentes intereses”.
Con las compañías tecnológicas ocurre algo completamente diferente, y es que, como en la canción de MIA que el propio Assange cita en el libro, el cráneo se conecta a los auriculares, que se conectan al iPhone, este a internet, a Google, y de esa forma, al Gobierno. “Es como si sólo existiese el Vaticano y cada usuario fuese un confesionario que está conectado directamente con el centro del poder”. En la nueva estructura del poder han desaparecido los intermediarios que, paradójicamente, evitaban a través de sus propios intereses locales que un grupo muy pequeño de personas controlase al resto.
El experimento de Podemos
Assange aplaude el auge de Podemos como un fenómeno interesante, en cuanto que “trabaja al margen de la censura de los medios mayoritarios”. Es un buen ejemplo de la fase de la evolución tecnológica en la que nos encontramos, en la que todavía tienen cabida movimientos que se organicen de forma horizontal: “Estamos viviendo en una fase que genera democratización y muchas más personas están publicando su conocimiento”, explica, aunque alerta que el futuro puede ser muy diferente: “Con el paso del tiempo esta fase de democratización puede dar a una fase de integración vertical, en la que los pequeños medios sean comprados por las editoriales, y estas por las distribuidoras”.
Como explica Assange en el libro, la alta complejidad de determinadas informaciones supuestamente transparentes constituye otra forma de ocultación de la información. Es lo que ocurre con los paraísos fiscales, cuyas operaciones son “ostensiblemente abiertas pero totalmente impenetrables”. No se puede acusar de falta de transparencia a muchas de estas actividades, que no obstante, se ocultan a partir de la alta complejidad con la que se realizan. Organizaciones como la NSA y Google se sirven de esa complejidad para ocultar sus pasos: “La vigilancia en masa funciona como la religión: nosotros decimos a la gente que hay una entidad que ve todo lo que haces, a la que no puedes engañar y que puede influir en tu vida, que es invisible y no lo percibes, pero es lo mismo que han dicho los curas durante miles de años sobre un Dios omnipotente y omnipresente”. Esta argumentación hace que la gente se vuelva escéptica y por eso, añade Assange, se necesitan periodistas que sean capaces de explicarlo de forma llana.
¿Quiere ello decir que el caos y la desinformación tenderán a aumentar en la red, provocando que grandes grupos e individuos velen por sus propios intereses creando documentos falsos y distribuyéndolos en masa? Uno de los grandes desencuentros entre los empresarios y Assange se sitúa en ese punto: el australiano considera que los valores éticos de las personas son la barrera frente a ese tipo de comportamientos. Resulta más costoso producir información deliberadamente errónea, pero cuya falsedad puede ser demostrada, que actuar de buena fe, asegura el hacker y periodista.
No hay que ver la lucha como una mera confrontación de rebeldes contra Estados y grandes multinacionales. En ocasiones, un Gobierno puede utilizar documentos filtrados por Wikileaks para actuar contra otro Gobierno: “Si se trata de información verdadera, no nos importa de dónde proceda”, explica en la entrevista del libro ante la posibilidad de que su organización sirva como terreno de batalla entre organismos estatales. “Si la gente lucha con la verdad, cuando se retiren los cuerpos habrá balas de verdad diseminadas por todas partes, lo cual es positivo”. Es esa es precisamente la gran pregunta ontológica de nuestros días, y que se sitúa en el centro de la disputa entre el gigante tecnológico y el hacker contestatario, pero que también ha preocupado a los filósofos desde Platón: ¿qué es la verdad, es posible acceder a ella y, sobre todo, cómo puede darse a conocer una vez se ha obtenido?
El Confidencial