Después de charlar con una veintena de refugiados en el centro Astalli de Roma mientras les servían la comida, el Papa Francisco escuchó los relatos de Adam, un refugiado sudanés, y de Carol, una refugiada siria, con quienes se fue después a depositar flores sobre la tumba del padre Arrupe, fundador del Servicio Jesuita de Refugiados en 1981 a raíz del éxodo de Vietnam de la «boat people».

En su encuentro con los voluntarios y los dirigentes, el Papa dijo que «los pobres nos enseñan a conocer a Dios porque desenmascaran nuestro egoísmo», y que atender a sus necesidades es una prioridad para toda la Iglesia y no sólo para «especialistas».

Dirigiéndose a todos los religiosos y religiosas del mundo, el Papa les dijo que «la Iglesia no necesita los conventos vacíos para transformarlos en hoteles y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo, que son los refugiados. El Señor nos llama a vivir con generosidad y valentía la acogida en los conventos vacíos».

El Papa denunció que «la palabra ‘solidaridad’ infunde miedo en el mundo más desarrollado. Procuran no pronunciarla. Es casi una palabrota para ellos. ¡Pero es nuestra palabra!».

El centro de acogida de los jesuitas, que ayuda a 21.000 personas cada año, se encuentra en la histórica manzana de la Iglesia del «Gesú», que incluye la residencia del fundador. El Papa recordó que «San Ignacio de Loyola quiso que hubiese un espacio para los pobres en su residencia de Roma. El padre Arrupe fundó en 1981 el Servicio Jesuita para los Refugiados y quiso que la sede romana estuviese también en estos locales. Su “despedida” en Tailandia, fue precisamente en un centro de refugiados».