en el que improvisó hornos para desaparecer a más de 150 personas entre hombres y mujeres, según una investigación de la Procuraduría General de Justicia (PGJ) de Coahuila.
El “genocidio” ocurrido en el penal de Piedras Negras en esa época en la que Omar Treviño Morales, Comandante 42, era el jefe regional de Los Zetas para el Noreste de México, opaca las masacres perpetradas por el grupo criminal en la cárcel del Topo Chico, incluso si se suman esas víctimas con las asesinadas en la prisión de Apodaca, Nuevo León.
El expediente de la Procuraduría de Coahuila, el cual se dará a conocer en los próximos días, precisa que sicarios del crimen organizado introdujeron al Cereso de Piedras Negras a más de 150 hombres y mujeres para asesinarlas y luego incineraron sus cadáveres en improvisados hornos en ese penal.
Esa cifra podría aumentar si se comprueba que al menos 20 mujeres secuestradas en la región carbonífera terminaron su vida en esa prisión.
Declaraciones de reos en poder de la Procuraduría estatal, testimonios de familiares de las víctimas y la confesión del “jefe de cocineros” revelan que la cárcel de Piedras Negras se trasformó en un gran horno crematorio desde finales de 2009 y durante todo el año 2011, período en que gobernaba Humberto Moreira.
En esa época el grupo criminal estaba bajo el mando del Comandante 42, Omar Treviño Morales, jefe regional para el Noreste de México, así como del ciudadano estadunidense Mario Alfonso, Poncho Cuellar, un capo con estudios de Maestría, principal operador para el trasiego de drogas, cerebro financiero y jefe de plaza en esa ciudad fronteriza.
Juan José Yañez Arreola, subprocurador de la Fiscalía Especial para la Investigación y Búsqueda de Personas No Localizadas y Personas Desaparecidas, confirmó en entrevista con Apro que “la investigación sobre esos hechos está en curso y se dará a conocer en cuanto terminen de recabar los testimonios de al menos ocho reos recapturados que se fugaron del Cereso en septiembre del 2012”.
Yañez Arreola encabeza la investigación desde principios de 2014. El 31 de enero comenzaron las audiencias para recolectar pruebas, testimonios e inspeccionar el Cereso para conocer quiénes fueron las víctimas.
También revisaron los patios del reclusorio para buscar cadáveres enterrados con geo radares, pero lo único que se encontró fueron barriles de acero y restos de combustible presuntamente utilizado para incinerar y desaparecer los cuerpos. En esa ocasión el presunto “jefe de cocineros” fue regresado a Piedras Negras para que confesara algunos nombres de sus víctimas.
El testimonio del jefe de cocineros, a quien no se identifica por protección de su familia, refiere que algunas de las primeras víctimas de 2009 y hasta mediados de 2010 fueron personas inocentes que los halcones de Los Zetas confundieron con miembros de grupos rivales.
En declaraciones anteriores al diario “El Español” Yañez Arreola explicó: “Lo que tenemos en las investigaciones es que más de 150 personas fueron privadas de la libertad, llevadas a ese lugar y ahí dentro las mataron, las quemaron, para luego los restos ser tirados a un río”.
Entre las víctimas inocentes están mujeres que fueron introducidas en el Cereso para participar en las fiestas que organizaba el grupo criminal. También cinco hombres sordomudos que llegaron a la frontera para vender sus productos.
Entre otros, hay dos policías federales y un exfederal de caminos.
La mayoría de las víctimas estaban relacionadas con el crimen organizado y fueron llevadas al Cereso después de que llegaron 40 camionetas con sicarios provenientes de Tamaulipas para “hacer una limpia” en su organización en el Norte de Coahuila, la cual comenzó desde finales del 2010.
Todos los crímenes se hacían gracias a la corrupción y complicidad de los directivos del Cereso Dos de Piedras Negras.
El penal como “fábrica” de Los Zetas
De acuerdo con declaraciones de testigos, en el interior de la prisión los reos también fabricaban todos los implementos que usaban los Zetas para sus actividades: chalecos antibalas artesanales con una funda para colocar una placa de acero de media pulgada de grosor.
También se restauraban los vehículos balaceados y se alteraban los tanques de gasolina para traer el dinero de la venta de droga a México, así como para ocultar armas que se adquirían en Texas; se elaboraban uniformes apócrifos de los cuerpos de seguridad y los del cártel con la letra Zeta bordada en rojo.
Siempre según esos testimonios, los líderes que controlaban el presidio podían salir y entrar cuando lo desearan e incluso tenían a personas que los substituían durante sus largas ausencias. El jefe de cocineros tenía el privilegio de “salir por las mañana a comprar su café en un Oxxo”, leer el periódico, comer en restaurantes y regresar por las tardes.
Incluso, cuando la Marina realizaba operativos para capturar al Comandante 42 Omar Treviño Morales, éste se escondía en el interior de la cárcel.
Juan Alberto Cedillo