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Domingo, 28 Abril 2013 17:52

Atrapa adicción al juego a adultos mayores Destacado

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Casino

Distrito Federal— Rosa María preparó chorizo. Lo hace con la receta de su mamá. "Lleva pura maciza, no es nada grasiento", dice ufana mientras destapa un gran recipiente de plástico en su impoluta cocina.



Cabello corto teñido donde asoman un poco las raíces blancas, blusa de flores más bien sobrias, una pequeña cruz de oro al cuello, alianza matrimonial y aretes discretos, es una señora de clase media de la colonia Romero de Terreros, al sur de la ciudad.

A punto de cumplir 70 años (4 de mayo), Rosa María tiene la mirada borrascosa de quien bajó al infierno y tuvo la fortuna de encontrar el camino de regreso. Ha retomado el gusto por la cocina y las recetas familiares tras salir el pasado 19 de diciembre de una clínica de rehabilitación para adictos en Cuernavaca. Está ilusionada pensando cómo vender el chorizo que por el momento sólo comparte con sus cuatro hijos y ocho nietos. Pero eso ya es un gran aliciente para ella.

También volvió al repujado en metal, al que dedica las horas que hace unos meses pasaba frente a una "maquinita" en el casino Yak de Plaza Universidad, cuando aprovechaba que su marido jubilado estaba fuera de casa "en sus asuntos", y se escapaba sin dar explicaciones entre las 3 y las 6 de la tarde. Si la llamaban sus hijos no contestaba; después inventaba excusas y mentía sobre el lugar donde había estado.

Con apuestas de 10 pesos por "piquete" al botón electrónico de la suerte, Rosa María perdió los ahorros de muchos años. "Tenía bastantito", dice y baja la voz para soltar una cantidad de seis cifras.

En los primeros coqueteos, el azar le correspondió con algunos premios, hasta que un día se llevó un "acumulado" de 107 mil pesos que fue "la locura". Pero luego de un poco más de tres años de "piquetes" cada vez más frenéticos, cuando ya se habían esfumaron sus ahorros, la señora Rosa María empezó a pedir prestado a una agiotista. Era incapaz de dejar el juego.

En un par de años la deuda alcanzó las seis cifras y llegó al millón de pesos por los intereses, lo que empujó a la mujer a vivir en una ruleta de desesperación, y culpa. "Estaba muy irritable, sólo quería seguir jugando y en un momento creí que me daría un infarto", confiesa.

En el comedor de su casa de una planta, Rosa María cuenta su historia y estruja los párpados al referir los pasajes más duros; otras veces sus ojos miran inquietos a los lados como si buscaran un salida a la tormenta que aún sigue en el horizonte.

Tiene una memoria excepcional para las cantidades y cita el monto de los primeros tickets de 200, 300 y 500 pesos que compró para jugar a las maquinitas en el Play de una plaza comercial en Guadalajara, en donde vivía hace seis años. Empezó a ir al casino por diversión una vez a la semana con su hermana, por las tardes, después de cumplir sus obligaciones de ama de casa.

"Cuando la máquina me dio el primer premio de 960 pesos pensé que me iba a hacer millonaria", recuerda. De invertir mil pesos por tarde semanal, subió la frecuencia a dos veces por semana y la cuota a 2 mil. Con ganancias pequeñas y muchas pérdidas se acabó en tres años su "guardadito". En 2010 regresó con su esposo a vivir a la Ciudad de México y durante un año dejó de jugar porque le daba miedo ir sola al casino. En ese tiempo volvió a hacer ahorros. Por casualidad descubrió el Yak de Plaza Universidad y ahí empezó lo que califica como la peor experiencia en sus siete décadas de vida.

Hoy, lunes 1 de abril, Rosa María cumple cinco meses de haber entrado al casino por última vez. Ese día se vio "sin nada de donde echar mano" y finalmente comprendió que necesitaba ayuda. Confesó con "gran vergüenza" lo que le pasaba y recibió el apoyo de su familia. Se internó durante 35 días en una clínica. "Los primeros tres días fueron la muerte", asegura. Aún así, logró salir adelante y su situación ha unido a su familia; su esposo acude a un grupo de apoyo para familiares de adictos.

Está contenta porque a las 7 de la tarde asistirá a su sesión de Jugadores Anónimos donde en el grupo de siete asiduos hay cinco señoras como ella, de 50 años "para arribita".

Aceptó la entrevista –aunque pide no ser citada con su nombre verdadero-- porque quiere ayudar a otros ludópatas que, dicen los especialistas, no son viciosos sino enfermos.

"He pensado en ir al casino y acercarme a las señoras como yo, porque van mucho señor y señora grandes, pero no estoy para regresar ahí y poder ayudar, y no creo que me hicieran caso".

Síndrome de nido vacío

La abundancia en los casinos de personas de la tercera edad, principalmente mujeres como Rosa María, es una realidad que han advertido Silvia Morales, jefa del Centro para la Prevención de Adicciones de la UNAM, y el psiquiatra Ricardo Nanni, del Centro Nacional de Prevención y Control de Adicciones (Cenadic) de la Secretaría de Salud.

Nanni habla del "síndrome del nido vacío", que se presenta cuando los hijos se han independizado, para explicar por qué son principalmente las mujeres a partir de la cuarta y quinta décadas de la vida las que presentan la ludopatía en el segundo de tres tipos: obsesivo compulsivo.

"Representan", dice apoyado en estudios internacionales el director de Políticas y Programas contra las Adicciones del Cenadic, "entre el 20 y el 25 por ciento de los jugadores patológicos".

Un universo que no es posible precisar para México porque aún no hay estadísticas, aclara.

"Justo en esta población hay depresión, mayor ansiedad y conductas mal adaptativas al no saber cómo compensar el que ya no estén los hijos, la soledad porque probablemente se divorciaron o bien porque perdieron el trabajo o se jubilaron", explica.

Ese es el fondo del iceberg cuya punta es la ludopatía. Una problemática que Rosa María vivió casi como una calca. Casi, porque su matrimonio ha durado 50 años, pero confiesa que se sentía sola: su esposo se ausenta de casa varias horas al día y dos de sus hijos casados viven fuera de la ciudad. "Lo que empezó como un escape para relajarme, me fue atrapando".

Es la misma situación de Teresita, una mujer de 56 años que asiste al grupo Jugadores en Recuperación. Tras separarse de su marido hace una década empezó a ir al Caliente de Mundo E, en el Estado de México. Fue el primer casino instalado en 1999 con Bingo, una especie de lotería con números.

La mujer que vive en la colonia Nueva Santamaría, lleva dos meses sin apostar, pero aún conserva en su monedero cinco tarjetas de recarga para jugar en las maquinitas de los casinos que frecuentaba, una de las cuales lleva su nombre impreso. "Ya las voy a quemar", promete.

Cuando los viernes sus tres hijos de prepa y universidad se iban a una fiesta, ella paliaba la soledad en el casino. Lo hacía de manera controlada porque no descuidaba su trabajo como supervisora de calidad en una empresa de cárnicos y atendía su hogar. Hace dos años, cuando sólo se quedó en casa su hija más chica, Teresita fue liquidada tras 11 años de trabajo. Ahí empezó una crisis cuyos pormenores, más que menos, coinciden con la experiencia de Rosa María.

"La adicción al juego no es por ganar o perder, es por llenar un vacío existencial que se presenta cuando te das cuenta de que durante muchos años te dedicaste a los demás y los demás tomaron su rumbo y estás sola".

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